No hace mucho tiempo conocí al señor Ortega quien luego de unas cuantas reuniones de café, tuvo la confianza de invitarme a su casa, mejor dicho, me invitó a conocer su oficinaen cuyo interior, los libreros junto con los libros,daban la impresión de pertenecer a siglos pasados: había muchos libros y revistaspor todas partes: sobre el escritorio, en el piso apilados como diminutas montañas.

El señor Ortega traía puesta una playera negra con la imagen del filósofo  alemán Karl Marx. La playera me gustó mucho, muchísimo, a tal grado de que no aguanté las ganas de preguntarle si acaso tendría otra más que me vendiera. Me dijo que sólo tenía esa, y que se la habían regalado en una convención.

Por el tiempo en que conocí al señor Ortega todavía no me había iniciado en el estudio de la filosofía, por lo tanto, lo que les voy a platicar a continuación es una recreación de lo que pasó el día de mi visita a la oficina de mi camarada, posteriormente haré un esfuerzo por reflexionar algunos detalles de esa experiencia.

La oficina se encontraba en la planta alta de su casa, por lo que tuvimos que bajar a la cocina. Después de haber encendido la estufa con el propósito decalentar agua para el café, vi que caminó hacia un cuarto en donde había una computadora, posteriormente regresó sosteniendo una jaula en la cual había un periquito australiano color verde.

La jaula la colgó en la pared del pasillo exterior que habíacerca de la cocina. Desde mi lugar comencé a mirar al ave que intentaba buscar una salida. Mientras el señor Ortega a través de su plática desarrollaba su explicación sobre el pensamiento de Karl Marx, tema que no me interesó mucho según justificaré después, y por el contrario, comencé a inquietarmeal observar -no precisamente al ave prisionera-, sino algo más allá del ave, algo abstracto.

El señor Ortega  se dio cuenta enseguida que lo había dejado hablando solo, en eso me preguntó en tono de curiosidad: “¿Se puede saber qué tanto ves a Maclovio?”.

Le respondí sin voltear a verle la cara: “No estoy viendo a Maclovio, más bien pienso en dos cosas: en la libertad y en el encierro”.

Eso fue lo que le respondí ese día por la mañana al señor Ortega.

El hecho de ver al periquito encerrado en esa jaula me hizo pensar en los primeros días de pandemia, cuando por todas partes se hablaba de “encierro”, y lo que se necesitaba poquito después era hablar de “salir”, de “estar afuera”.

Por eso veía con ojos de curiosidad al periquito cuya imagen se me quedó grabada hasta el día de hoy, en que me he tomado el tiempo para reflexionar en lo que podría simbolizar la jaula, como el medio que aprisiona a algo o a alguien; el medio que pone un límite a la libertad: afuera de la jaula hay otras cosas; en cambio, adentro, hay otras más, pero totalmente diferentes.

Adentro de la jaula hasta el aire golpea en sentido contrario, es decir, asfixia. Afuera de la jaula, el aire tibio o fresco por muy mínimo que entre por la nariz, se transforma en vida.

La libertad ¿qué es la libertad?, me pregunto, pero también ¿Qué es ser libre?

Si yo que estoy del otro lado de la jaula me permito, me tomo el tiempo para encerrar a un periquillo: ¿acaso no limito yo mismo mi libertad? Caso contrario, si yo libero a un ave ¿no estoy recuperando parte de mi libertad?

¿Pero qué es la libertad? ¿Qué es ser libre? ¿La libertad es absoluta o tiene límites?

Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista

Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.