19 de Septiembre: Crónica de una desgracia nacional
Eran las 7 de la mañana y como todos los días se prendieron las bombas que harían subir miles y miles de litros a los tinacos que debían surtir de agua a los 132 departamentos que conformaban la unidad habitacional que con el número 25 se elevaba en el callejón de San Camilito.
Ya no faltaba mucho para que las bombas se apagaran cuando quienes ya estaban despiertos comenzaron a sentir el tan conocido balanceo de un temblor, los tronidos de ventanas y de las estructuras, obligaban a correr hacia el marco de la puerta -desde pequeños nos los enseñaron, decían que era el lugar más seguro- y esperar a que pasara.
No, yo no estaba ahí, tenía dos días que había viajado a la ciudad de Tapachula, Chiapas para seguir mis estudios de preparatoria- esa es una historia que algún otro día contaré- pero en ese lugar había pasado mis primeros 15 de vida y ese día mi mamá, mi hermana menor, mi tía y un primo vivían aún en el departamento marcado con el 504.
Dos de los edificios eran escombros, ocho pisos convertidos en pilas de varillas y cemento, fierros retorcidos y entre ellos cuerpos, muebles y otros objetos que fueron apareciendo con los días.
Claro que hubo rapiña, aunque fueron más los jóvenes y hombres que prestaron sus manos para retirar uno a uno los obstáculos que afectaban su llegada a quienes desde la oscuridad hacían el esfuerzo para que con sus pocas o muchas energías se escucharan sus gritos.

Por el Eje Central Lázaro Cárdenas los únicos sonidos que se escuchaban eran las sirenas de ambulancias, patrullas o carros de bomberos que acudían a los múltiples puntos donde la naturaleza en movimientos trepidatorios hizo saber de su grandeza y su poder de destrucción.
Mi amiga Elia trato de saltar por la ventana de su cuarto para salvarse de morir aplastada, pero su hora estaba escrita, su cabello largo y rubio quedó atorado en unas varillas, más tarde cuando la trataban de ayudar para bajar, explotaron los tanques de gas que quedaron aplastados por las pesadas losas, lo que siguió no es posible relatarlo sin sentir dolor por que ella era apenas una jovencita.

Otras amigas y amigos perdieron su vida, algunas otras a sus padres y hermanos, algunas más a sus parejas y sus hijos.
Sabíamos que a esa hora todos los habitantes de mi casa estaban camino a la escuela y trabajo.
Así fue, ellos estaban a salvo, pero sólo tenían lo que llevaban puesto pues, aunque nuestro departamento no cayó, no se podía entrar para sacar lo más indispensable, así que tuvieron que buscar un sitio seguro donde dormir y conseguir algo de ropa.
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