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19 de Septiembre: Crónica de una desgracia nacional

Eran las 7 de la mañana y como todos los días se prendieron las bombas que harían subir miles y miles de litros a los tinacos que debían surtir de agua a los 132 departamentos que conformaban…
Por: Rosy Pereda Rangel El Día Sabado 19 de Septiembre del 2020 a las 09:00

A las 7:19 horas del 19 de septiembre de 1985 el temblor no fue igual que siempre, paredes cayendo, de gente gritando, los barandales separándose de los muros y finalmente el estruendo de la caída de dos de los edificios
Autor: Foto: eltiempo.com
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Eran las 7 de la mañana y como todos los días se prendieron las bombas que harían subir miles y miles de litros a los tinacos que debían surtir de agua a los 132 departamentos que conformaban la unidad habitacional que con el número 25 se elevaba en el callejón de San Camilito.

Ya no faltaba mucho para que las bombas se apagaran cuando quienes ya estaban despiertos comenzaron a sentir el tan conocido balanceo de un temblor, los tronidos de ventanas y de las estructuras, obligaban a correr hacia el marco de la puerta -desde pequeños nos los enseñaron, decían que era el lugar más seguro- y esperar a que pasara.

A las 7:19 horas del 19 de septiembre de 1985 el temblor no fue igual que siempre, los ruidos que hacían las ventanas ahora eran más fuertes, de paredes cayendo, de gente gritando, de los barandales separándose de los muros y finalmente el estruendo de la caída de dos de los edificios que no pudieron soportar el peso de los miles de litros que desde el octavo piso alimentaban las tuberías de cada departamento.

No, yo no estaba ahí, tenía dos días que había viajado a la ciudad de Tapachula, Chiapas para seguir mis estudios de preparatoria- esa es una historia que algún otro día contaré- pero en ese lugar había pasado mis primeros 15 de vida y ese día mi mamá, mi hermana menor, mi tía y un primo vivían aún en el departamento marcado con el 504.

La historia sobre ese fatal 19 de septiembre la escuche de voz de mi madre, de mis amigos que sobrevivieron a la catástrofe, algunos porque ya habían salido a la escuela o al trabajo, otros porque un milagro los hizo quedar en un lugar donde fueron rescatados por las decenas de voluntarios que llegaron para tratar de salvar vidas durante varios días.

Dos de los edificios eran escombros, ocho pisos convertidos en pilas de varillas y cemento, fierros retorcidos y entre ellos cuerpos, muebles y otros objetos que fueron apareciendo con los días.

Claro que hubo rapiña, aunque fueron más los jóvenes y hombres que prestaron sus manos para retirar uno a uno los obstáculos que afectaban su llegada a quienes desde la oscuridad hacían el esfuerzo para que con sus pocas o muchas energías se escucharan sus gritos.

Foto: hipertextual.com

Por el Eje Central Lázaro Cárdenas los únicos sonidos que se escuchaban eran las sirenas de ambulancias, patrullas o carros de bomberos que acudían a los múltiples puntos donde la naturaleza en movimientos trepidatorios hizo saber de su grandeza y su poder de destrucción.

En los escombros de San Camilito 25 quedaron no solo los restos de un edificio, se acabaron los sueños de músicos que día a día se ganaban la vida tocando y cantando en la Plaza Garibaldi; de mujeres que salían diariamente a comprar el mandado para hacer la comida de sus hijos que apenas empezaban a estudiar y que tenían la ilusión de convertirse en profesionistas, artistas o padres de familia.

Mi amiga Elia trato de saltar por la ventana de su cuarto para salvarse de morir aplastada, pero su hora estaba escrita, su cabello largo y rubio quedó atorado en unas varillas, más tarde cuando la trataban de ayudar para bajar, explotaron los tanques de gas que quedaron aplastados por las pesadas losas, lo que siguió no es posible relatarlo sin sentir dolor por que ella era apenas una jovencita.


Foto: gob.mx

Otras amigas y amigos perdieron su vida, algunas otras a sus padres y hermanos, algunas más a sus parejas y sus hijos.

Mi padre, mi hermano y yo no supimos nada de mi familia pues las líneas telefónicas colapsaron y era casi imposible conseguir comunicación, pero la transmisión permanente de las televisoras nos dio la más triste noticia: ya no teníamos casa.

Sabíamos que a esa hora todos los habitantes de mi casa estaban camino a la escuela y trabajo.

Así fue, ellos estaban a salvo, pero sólo tenían lo que llevaban puesto pues, aunque nuestro departamento no cayó, no se podía entrar para sacar lo más indispensable, así que tuvieron que buscar un sitio seguro donde dormir y conseguir algo de ropa.

Afortunadamente encontraron un sitio y manos solidarias que les permitieron salir del lugar donde todo era desolación, tristeza y muerte.

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