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¿Con que hilo se enhebra el tejido social?

Por: Alberto Rivera El Día Lunes 24 de Abril del 2017 a las 10:48

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El lenguaje político y mediático se nutre de diversas fuentes para construir discursos y explicaciones sobre los diversos aconteceres públicos. Estas explicaciones convertidas en discurso surgen del sentido común, del argot cultural o de la sabiduría popular, otras veces se retoman conceptos de las diversas ciencias.

Estos conceptos se van integrando al habla cotidiana y a nuestras propias versiones sobre los sucesos que nos aquejan y toman una dinámica propia que no siempre corresponde a su origen, y aunque parecen explicar la realidad si nos detenemos un poco nos damos cuenta que ni sabemos de qué estamos hablando.

Y sin mayor preámbulo vamos a deshebrar un poco lo que actualmente se proclama como causa de la inseguridad, que es a su vez el que creemos el principal problema público en el México contemporáneo: La descomposición del tejido social.

Si nos echamos un clavado a los usos que el término ha tenido en el espacio público en los días recientes nos encontramos a un periodista diciendo que “El periodismo debe fortalecer el tejido social” (Arturo Recio), a otro expresando que “la gente debe reconstruir el tejido social” (Gustavo Esteva), Javier Sicilia, dice un día que debemos pasar de “modelos militaristas y policíacos a modelos que privilegien la salud del tejido social y que partan de consolidar y estimular la vida comunitaria” como si fuera tarea del gobierno y unos días después dice “ no dejaremos de defender la vida de todos los hijos y las hijas de este país, que aún creemos que es posible rescatar y reconstruir el tejido social de nuestros pueblos” Hasta aquí queda claro que el tejido social es algo que se puede destruir, reconstruir, desgastar y regenerar, pero queda ambiguo como se hace y quien puede hacerlo.

Si seguimos buscando nos encontramos también que la “Caída de ingresos afectó a “todas las capas del tejido social” lo cual inserta la moción de que este extraño textil del que hablamos se zurce y se teje también a partir de los ingresos; después un funcionario argentino la pide a las empresas petroleras que deben invertir en la infraestructura de la ciudad en la que se implantan diciendo ‎ “Tienen que ayudarnos a reconstruir el tejido social” entonces parece que el tejido también se puede hacer de asfalto, puentes y carreteras. Sigue el recuento y el Gobierno de Tamaulipas promueve apoyos a familias que han dejado sus casas por el clima de violencia para que vuelvan a ellas y lo anuncia diciendo que ha emprendido un programa de recomposición del tejido social.

Hasta aquí aunque no quede muy claro que es ni como se reconstruye, en nuestro imaginario está la idea de que el desgaste del tejido social propicia la violencia y la delincuencia, y que por tanto reconstruirlo la combate, pero resulta que un editorialista dominicano escribe con vehemencia: “Este escenario de inseguridad y de poco control por parte de las autoridades es el causante real del porqué los dominicanos de clase media para abajo tienen el tejido social destrozado”. Y entonces el mentado tejido social puede ser causa, efecto o lo que se nos ocurra siempre y cuando se escuche bien.

Intentando poner orden a esta torre de Babel, podemos decir primero que el tejido social no es un concepto técnico sino más bien literario, y no es más que una forma elegante de decir sociedad y por ello es tan ambiguo y polifónico. La definición que más se acerca a la claridad la proporciona el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) que define el tejido social como “el conjunto de redes personales, estructurales, formales y funcionales, de iniciativas o asociaciones que constituyen un activo para los individuos y la sociedad pues les permite ampliar sus opciones y oportunidades para mejorar su calidad de vida”, o hablando en cristiano el tejido social es el que nos da un lugar en el mundo, el individuo es un hilo que participa con las acciones que impulsan sus valores y cultura en la sociedad que es el telar.

Por lo tanto el deterioro, debilitamiento o rompimiento del tejido social significa el aislamiento del individuo de la sociedad debido a la pérdida de sus principales redes sociales, y de valores como la confianza y la solidaridad. El tejido social también se debilita cuando las normas de convivencia ciudadana son irrespetadas y violentadas impunemente, o cuando las leyes son fácilmente irrespetadas e incumplidas (PNUD). Por ello se puede entender también por tejido social, desde las relaciones de cooperación de un barrio hasta el contrato social que permite a un país seguir siéndolo.

Pero entonces ¿con qué aguja se cose?.

Para tener un panorama más claro de si se puede o no incidir en el tejido social es útil recurrir a otro concepto, que al igual que este, ha sido tomado y mareado de arriba abajo por los políticos, los medios y las agencias internacionales, pero que a diferencia tiene un vasto bagaje de investigaciones al respecto: El capital social.

Robert Puntman después de estudiar dos regiones de Italia, concluye que una sociedad caracterizada por la reciprocidad generalizada es más eficiente que otra desconfiada, por la misma razón que la eficiencia del dinero es mayor que la del trueque pues si no tenemos que compensar cada intercambio al instante y podemos acumularlo, podremos realizar muchas más cosas. La fiabilidad es el lubricante de la vida social. Y a eso le llama capital social.

El enfoque de capital social prueba que comunidades con lazos de reciprocidad y confianza que se materializan en beneficios sociales consiguen desarrollar más sus capacidades que las que no lo tienen. Diversas investigaciones se dedican a atestiguar los efectos de la presencia o ausencia del capital social de las comunidades, pero para cuando ya el PNUD, el BM y el FMI hablaban de promover la formación de capital social, los investigadores aún no tienen claro si una intervención externa puede o no favorecer su formación. El mismo Putnam, al hablar sobre la posibilidad práctica de construir capital social en grupos que carecen de él concluye que ‘en la construcción de instituciones, el tiempo se mide en décadas’, y que la creación de normas de cooperación y de participación cívica ‘probablemente sea aún más lenta’.

Regresando al Tejido Social y aplicando el desarrollo teórico y empírico del Capital Social podemos concluir que este tiene distintos niveles. El tejido en el nivel comunitario, que se compone de instituciones tales como la familia, las escuelas, las iglesias, los consejos de participación (asociaciones de colonos y/o equivalentes), prácticas cotidianas de cooperación como puede ser el apoyo en el cuidado de los hijos, el cuidar la casa del vecino y hasta la mítica tasita de azúcar, que corresponden al capital social comunitario. Este tejido social se transforma en el largo plazo por lo cual no es fácil construirlo donde no existe pero tampoco es fácil debilitarlo, a pesar de que sus expresiones se vuelvan escasas si se disminuye la interacción.

Un nivel intermedio ha sido teorizado bajo otro concepto igual de ambiguo, y con más acervo en las políticas públicas que en las ciencias sociales: la cohesión social. Esta tiene que ver con las identidades locales, las costumbres, los símbolos colectivos que nos identifican como ciudad o región más allá de nuestro contexto inmediato, así como las identificaciones con gremios, grupos culturales o equipos deportivos. Aunque la cultura local es una construcción histórica de largo plazo, la adhesión de los individuos a los elementos comunes, como lugares significativos, plazas, monumentos, sitios comerciales o de esparcimiento, se pueden modificar fácilmente. En este nivel, la inseguridad impacta por el vaciamiento de los espacios públicos, pero también es posible la incidencia por medio de la incentivación pública o privada de los elementos que dotan identidad y la creación de nuevos espacios que generen convivencia de diversos estratos que es donde se entretejen los distintos textiles comunitarios. A este nivel corresponden también las instancias medias de participación y representación como pueden ser las cámaras empresariales, agrupaciones gremiales y asociaciones deportivas y culturales.

Un último nivel tiene que ver con las grandes instituciones, como la cultura de legalidad, la representación social en la vida pública, el espacio donde se construye y significa el pacto social que nos hace o no, sentirnos parte de un país y de una sociedad en conjunto, es decir las instituciones gubernamentales. En este nivel inciden la igualdad de oportunidades, la movilidad social, la integración de las ciudades, por lo que una sociedad con grandes contrastes económicos y sociales como México donde coexisten comunidades comparables con Suecia y asentamientos similares a Haití, tiene casi quemados los hilos que la unen.

Aunque en la práctica pareciera que la transformación de esta capa del tejido depende exclusivamente de la política y los políticos, tejidos sociales fuertes en los dos niveles menores inciden en prácticas democráticas y cultura de la legalidad y facilitan la aplicación de políticas redistributivas en el nivel macroinstitucional, como probó Robert Puntman en sus estudios en Italia.

Por último me parece indispensable que si vamos a hablar de tejido social lo hagamos con apellidos, aterrizar al detalle de “a que nos referimos” y cómo vamos a hacerlo, porque si no solo va a ser como hasta la fecha, un centro de mesa que adorna los discursos y poco ayuda a construir acuerdos y políticas concretas que nos lleven a ser una mejor sociedad.

Twitter: @Alberto_Rivera2

Alberto Rivera

Construyo procesos de comunicación siendo y haciendo cosas diferentes, provocando emociones y moviendo conciencias hacia la participación social y política.

Ayudo a potenciar marcas de proyectos políticos y gubernamentales a través del descubrimiento de insights, arquetipos de marca y estrategias de comunicación política.

Soy consultor, catedrático y speaker en Estrategias de Campaña Política y de Gobierno. Director General de Visión Global Estrategias.

Soy originario de Tampico, Tamaulipas y cuento con una Maestría en Educación, Maestría en Política y Gobierno y Doctorado en Filosofía; además de tener diversas especializaciones en Comunicación Política, Consultoría Política e Imagen.

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