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Sección: Editoriales / Rutinas y quimeras

Por donde cruza el Chihue

Por: Clara García 21/07/2015 | Actualizada a las 10:30h
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Llegar al ejido El Carrizo, municipio de Jaumave fue una verdadera hazaña; el pedregoso camino, estrecho, árido y accidentado nos había hecho avanzar a vuelta de rueda, era casi la una de la tarde cuando alcanzamos una pequeña sombra frente a la casa de doña Rafaela Rangel quien nos esperaba desde temprano.

Después de bajar algunos víveres que mis alumnos habían reunido para llevárselos como agradecimiento a su hospitalidad nos fuimos a recorrer las pocas calles del último ejido de Jaumave, pues ahí terminaba el camino. Fuimos a visitar una casa donde tenían secando en el amplio patio hojas de laurel, que según nos contaron, se daba de forma silvestre y la gente lo asoleaba para después venderlo en el pueblo.

La maestra Luiza Collin me comentó del peligro que se corría con el corte de ramas de laurel, ya que los árboles podía secarse; recordé una charla que al respecto algunos investigadores del Instituto de Ecología Aplicada de la UAT había dado a propósito del corte del laurel en la sierra de Tamaulipas y como su explotación inmoderada estaba provocando serios daños al ecosistema; del cual, al parecer, en Jaumave nadie se ocupa.

El sol incandescente nos sofocaba y Rolando, que iba de guía, nos invitó al rio, me sorprendí al saber que en esa aridez podía haber un afluente; bajamos por una lomas entre cactus , mezquites y piedras hasta alcanzar la orilla de un ancho y caudaloso rio de agua entre turbia y cristalina; los árboles no estaban en la margen sino a unos 20 metros, comenté que era el primero que conocía donde no había vegetación en la orilla sino rocas, entonces me explicaron que se debía a que en tiempo de crecida cubría toda la piedra, alcanzaba hasta los árboles y fácilmente los animales podían bajar a tomar agua. Es el Chihue, nace por Miquihuana y va hasta el Guayalejo.

Buscamos una sombra entre los mezquites que, generosos, refrescaron nuestra asoleada travesía, mientras José Alberto dormía, Ángela leía a García Márquez, Marisol platicaba animadamente con Rolando y la maestra Luiza y yo filosofábamos sobre el arte de trabajar para vivir y no de vivir para trabajar; una voz nos sacó de nuestro reposo para avisarnos que doña Rafaela nos esperaba con la comida lista.

Fideo con frijoles, salsa de chile piquín y tortillas recién salidas del comal, después vinieron las entrevistas donde nos platicaron ella y su esposo de como su vida había estado dedicada a la talla de lechuguilla, el aguacero nos sorprendió y después de llover el calor se hizo más intenso.

Fue entonces cuando decidimos regresar a Ciudad Victoria, era temprano y poco quedaba por hacer, así que a vuelta de rueda deshicimos el camino con una discusión sobre el significado de la pobreza; cuando pasamos por Magueyes los hombres que se encontraban afuera de la tienda ejidal nos saludaron afectuosamente y nos desearon buen regreso, don Graciano me había regalado su guajaca que utiliza en la pizca de lechuguilla, “llévesela de recuerdo, luego yo hago otra”.

E-mail: claragsaen@gmail.com

Clara García Sáenz
Historiadora y Promotora Cultural; catedrática de la Universidad Autónoma de Tamaulipas.
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