De pronto me encuentro en un mundo incomprensible, rodeado de seres sensibles ante la vida. Personas de barba blanca, manos rasposas, de mirada segura, penetrante. Desde niño he estado muy cerca de esta gente, y todo parecía indicar que había reprobado la escuela de filosofía de la vida. Anduve de travieso, riéndome aquí, carcajeando allá; la gente barbada, en silencio, tan sólo me observaba. Sabía yo que mi madre me había traído al mundo, más no era ella precisamente dueña de mí, por eso cuando uno de los barbados le decía: “Vengo por el niño”, yo ya estaba listo para irme hacia alguna parte con ellos.
No recuerdo haberle formulado a mi madre alguna pregunta con respecto al por qué permitía que me fuera con cada uno de esos señores a un lugar que yo ignoraba, no tenía conciencia sobre las cosas; sin embargo, de regreso a casa, mi estado de ánimo era radiante como los rayos del sol. Muchos de los hombres barbados, han muerto, aunque continúan perpetuándose dentro de mi corazón; otros, en cambio, han surgido en el camino por cuestiones del destino. Los anteriores hombres barbados se esmeraron en compartir su filosofía conmigo, intentaron prepararme; quizá no logré comprenderlos durante mi niñez así como en la adolescencia, tanto como ellos lo hubieran deseado, pero de cualquier manera, esos conocimientos permanecieron impregnados en mis recuerdos como una semilla que se siembra en buena tierra. Se ha desarrollado a lo largo de todo este tiempo.
En casa, cuando me encuentro jugando en el patio con mi perra ,Buffy, me he llegado a sentir extraño, como si algo estuviera fluyendo como un tibio líquido por mis venas, específicamente en mi cerebro… en el fondo de mi corazón. ¿Por qué ahora he vuelto la mirada cuándo antes los ignoraba? No quería darme cuenta de las cosas, por ejemplo, que ellos me necesitaban. Porque siempre ha existido en el hombre esa necesidad de dar y compartir; la urgencia de ser escuchado.
Cierto día, conversando con un barbado _ dándome ínfulas de buen observador_, con el fin de dar rienda suelta a nuestros conocimientos, y una vez entrando en debate, argumenté: la filosofía de usted y de aquel otro (refiriéndome al hombre que un día anterior nos había hablado de su vida y sus éxitos) hasta cierto punto siguen siendo subjetivas para mí. Porque tan sólo se han limitado a explicar la vida por sus causas y no por sus consecuencias. He tratado de entenderlos, muchas de sus experiencias las he asimilado con gusto, sin embargo, de tanto que hablan sobre su filosofía, llego a imaginar que se quedan vacíos, sin ella. Como si desearan darme el costal de conocimientos para mí sólo. Hablando de filosofía, ya lo dijo un gran economista y pensador: NO SE TRATA DE INTERPRETAR AL MUNDO SINO DE TRANSFORMALO. El hombre barbado se quedó cavilando por un momento.
Los hombres con quienes me había estado rodeando durante los últimos días, eran sin lugar a dudas de este mundo, de un mundo terrenal; con virtudes y defectos, hombres con cicatrices que superaron obstáculos durante su juventud.
Mi vida, ahora es distinta. Los anteriores hombres barbados (así como los presentes) sabían que tarde o temprano mis ojos verían el mundo de otra manera, y cada vez que llego a estar frente a uno de ellos, mi corazón late de júbilo, porque sé que a través de ellos encontraré la sabiduría necesaria para continuar existiendo. Los hombres de barba blanca también reprenden, sobre todo, a los que han llegado a una edad que sólo esperan el momento de sucumbir, de despedirse para siempre de la Tierra.
Cuando escuché una amonestación, transido de terror, me puse a reflexionar en lo que uno de los barbados le dijo al otro: “A ti se te dio una juventud ¿qué hiciste con ella? ¿A este edad ya que más puedes hacer? ” La mirada del hombre increpado, se humedeció, no sabía si mirar hacia arriba como implorando perdón, o hacia abajo como un hombre derrotado. Eso fue penoso. La afirmación “A TI SE TE DIO UNA JUVENTUD”, es tan profunda, tan realista que llegué a compararla como quien llega a un trabajo y le dan herramienta para realizar determinada labor. El encargado pregunta: “¿terminaste la tarea que se encomendó?” La respuesta no puede ser más que de dos opciones: sí o no. Si la respuesta es negativa, lo más probable es que ya no se le tenga por buen empleado. “A ti se te dio una juventud”, le dijeron al hombre; éste bajó la mirada y cuando lo hizo tuve una sensación de escalofrío. “Yo poseo aún esa hermosa juventud”, murmuré.
Los hombres barbados no hablan precisamente de otro mundo, sino de este. Hubo otra ocasión que escuché a otro hombre proferir lo siguiente: “No esperemos a que venga el reino de Dios y su justicia, vayamos construyéndolo, aquí, en este momento, puesto que somos hijos de Dios”.
El barbado tuvo razón, ¿por qué esperar? ¿Por qué no comenzar, ahora?
Esa vez que escuché tal aseveración, me animé a preguntarle al hombre: “Supongamos que tenga usted razón de lo que predica, ¿estaría dispuesto a dar a los pobres parte de lo que tiene, tal como dijo nuestro Señor Jesucristo?” El barbado respondió con voz serena: “Comparto de lo poco que tengo. Antes tenía mucho y lo di a los placeres de la vida, ahora tengo menos, y de este pequeño negocio doy de comer a diez pobres, si tuviera más, daría más. De no tener absolutamente nada ¿cómo le podría hacer para ayudarlos?”. En todo caso _exclamé dándome de ínfulas de gran teólogo, como si tal cosa_, los ángeles de nuestro Dios no andan arriba, con alas por el cielo, sino que viven aquí, abajo, en la Tierra. ¿No existió Job como un hombre terrenal? ¿El mismo Señor Jesucristo?
Tal vez, usted tenga mucho de razón, aquí es donde se empezó a construir desde hace tiempo el reino de Dios. Por lo tanto, andan por la Tierra muchos ángeles cerca de nosotros. Usted _señalé al hombre barbado con el índice_, debe ser uno de ellos, estoy casi seguro, porque la gente arrepentida tiende a llegar a otros niveles espirituales. ¿Sabe por qué dice en la Sagradas Escrituras que el hombre tiene que volver a nacer para ver a Dios?
El arrepentimiento viene siendo una transmutación espiritual, a partir de ahí, usted ya no es el mismo, sino otro ser, sin embargo, de carne y hueso, terrenal. ¿Por qué habría de esperar hasta llegar al cielo para formar parte del reino de Dios y construir su reino? Mire sus manos, obsérvelas, ha trabajado mucho, según me ha contado ya. ¿Cree usted que los ángeles de Dios tienen las manos suaves? Quizá la respuesta sea: no, porque ellos no tienen cuerpo, entonces preguntaría: ¿Moisés tuvo las manos delicadas cuando estuvo bajo el imperio de Egipto? Por lo tanto, ustedes señores, no andan lejos de la verdad, aquí se construye el reino de Dios; existen muchos hombres trabajando para ello. Por cierto, usted, señor barbado ¿qué hizo con su juventud? Fue una pregunta que escuché hace algunos días de un hombre que reprendía a otro.
Mi perra Buffy, se encuentra a días de parir. Cuando llego a casa por las tardes la busco desesperado bajo las ramas de los árboles de aguacate, imaginando encontrar a toda una familia. Es una buena perrita, tiene pelo negro y ojos cafés claros, su mirada por lo regular, es triste. Los hombres de barba blanca me han enseñado a valorar a los seres que nos rodean, incluyendo a la misma naturaleza.