Por: Clara García16/02/2015 | Actualizada a las 21:02h
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El huevo revuelto con chile cascabel es el relleno más popular de las gorditas en Ciudad del Maíz; recuerdo que había en la primaria, durante la época de los 70, dos hermanitas que les decía las Güeras, su mamá durante mucho tiempo vendió en la escuela este suculento manjar a 50 centavos. Ellas le ayudaban en ocasiones, ya fuera en la plaza o por las calles; vender gorditas era un oficio humilde sin duda, pero que todos respetaban, seguramente por tratarse de la primera comida rápida que había en el pueblo.
Aunque ellas se dedicaron por muchos años a la venta de gorditas, no eran las únicas, este alimento es hasta la fecha uno de los más populares en ese pueblo potosino y se pueden comer en cualquier lugar. Sin embargo, en mi casa no eran un alimento cotidiano; mis padres, llegados del Norte, traían otras tradiciones culinarias. Así que la única oportunidad para comerlas era en la escuela.
Cuando estudiaba la secundaria había una señora que tenía su casa a un lado de la escuela; la cocina era un jacal donde vendía gorditas a los estudiantes. Violentando las reglas de no salir durante el receso, brincábamos la cerca y alrededor del fogón pedíamos y engullíamos el manjar que torteaba, cocía y rellenaba al instante en un comal gigante.
Siempre que regreso “al país de mi niñez” como dice Sabina, procuro llegar a la hora del almuerzo para comer gorditas de huevo rojo como se les conoce, aunque ahora hay muchas fondas donde se pueden saborear y ninguna desmerece en sazón, actualmente la más reconocida es Doña Beny, la variedad de guisos llega hasta 25. Es un negocio familiar donde ella es una especie de matriarca que frente al fogón coordina a hijas y nueras que atienden a verdaderas hordas de hambrientos clientes; procurando que nadie se vaya con hambre.
Siempre que voy, me gusta observarlas trabajando, porque me recuerdan a doña Heriberta, una viejita que, junto a las mujeres de su familia, tenía una industria casera para hacer gorditas y tortillas a mano cuando yo era niña; mi mamá era su cliente y siempre que la acompañaba nos sentaba frente a su mesa y nos invitaba unas gorditas gigantes rellenas de papas con chile verde que hacía para su consumo, no era un guiso exótico, pero nunca he vuelto a probar ese sazón.
Es posible que mi idilio con las gorditas de huevo rojo se deba a mi carga identitaria de haber crecido comiéndolas, sin embargo, nunca he sabido reproducir ese sabor particular. En mi más reciente incursión al pueblo, mi cuñada Felipa me explicó que el chile de cascabel que se cultiva ahí tiene un sabor especial; comprendí entonces que, como todos los chiles en México, la calidad de los minerales de la tierra determina su sabor y su picor.
Confieso que la nostalgia de las gorditas de huevo rojo está en el morral pueblerino que cargo conmigo, por lo pronto, me he consolado con las gorditas de picadillo que Valeria Coronado, mi alumna, me trajo del Ejido La Misión.
E-mail: claragsaenz@gmail.com
Clara García Sáenz
Historiadora y Promotora Cultural; catedrática de la Universidad Autónoma de Tamaulipas.
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