México (Notimex).- Durante diez horas hay que girar la manija, estirar el sombrero y esperar una moneda, la que sea, desde una de 50 centavos hasta una de diez pesos que son las más codiciadas, eso se repite todos los días de la semana.
Así es la vida de Moisés Rosas Valencia, quien forma parte de la tercera generación de organilleros de su familia, quienes operan en el centro histórico de la Ciudad de México.
Y es que, luego de dejar la serigrafía a la que se dedicó por buena parte de su vida, desde hace quince años don Moisés se ha dedicado a esta actividad, junto con su esposa e hijo y cada uno se instala en diferentes partes de la calle de Madero.
Los origines del organillo o cilindro como también se le conoce, se remontan al siglo XVII en Europa, mientras que a México llegó en 1884, se trata de un instrumento que trabaja con una mecánica de precisión de relojería y cuenta con un rodillo de madera con alrededor de nueve mil 600 puntillas metálicas que conforman las notas musicales.
De acuerdo con la Asociación de Organilleros de México, el peso de estos aparatos de viento y madera oscila entre los 30 y 50 kilogramos, de ahí el dicho popular: “Cualquiera lo toca, pero no cualquiera lo carga”.
Actualmente países de América Latina como Guatemala, Argentina y Chile, así como México, mantienen la tradición del cilindro, que fue nombrado “Tesoro Humano Vivo”, por el Ministerio de Cultura de Chile y la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).
Moisés Rosas recuerda que su abuelo inició en la familia con esta tradición del organillo y que a través de los años, sus tíos, hermanos y ahora sus hijos y esposa, ya están en este negocio.
“Ahora es más difícil, la gente ya no nos apoya como antes y es que a la juventud no le interesa, la mayoría que nos apoya es gente mayor que le trae recuerdos. A los jóvenes ya no les gusta la tradición”, acepta don Moisés.
Para los organilleros, señala, sería bueno que se hiciera una campaña de publicidad por parte de las autoridades para que se difunda esta tradición que ahora se está perdiendo por falta de interés de los jóvenes.
Girando la manecilla del organillo, y con la melodía de las mañanitas, don Moisés agradece una y otra vez las monedas que le echan a su sombrero, de personas quienes si buscan mantener la tradición.
Mientras suena la música del cilindro, sigue platicando a Notimex su vida como organillero y pide a la gente mayor que les explique a sus hijos “que somos una tradición”.
Los organilleros también salen a provincia cuando son solicitados, como Monterrey, Morelia o Guadalajara, en donde en muchas ocasiones ni siquiera conocen el organillo.
Con su rostro alegre por cada una de las monedas que recibe en su sombrero, don Moisés refiere que las mejores temporadas de trabajo para él y su familia son Navidad, Semana Santa, sábados y domingo o días festivos, que son los momentos en que la gente acude al Centro de la Ciudad para esparcirse un rato.
“Sería bueno que los papás conserven la tradición, que le dijeran a sus hijos, échale una monedita al organillero. Muchas personas me dicen, es que mi papás siempre le daba a los organilleros”.
Los cilindreros sólo reciben los permisos de las autoridades del gobierno de la Ciudad de México para poder trabajar, pues sus uniformes, y el mantenimiento de sus organillos lo hacen también con los recursos que obtienen de la cooperación de la gente.
En traje color beige, zapatos negros y sombrero que utilizan para pedir las monedas, don Moisés dice que los turistas extranjeros “es raro que nos apoyen, porque no saben” y que en los estados mucha gente no los conoce, pero que su esposa, su hijo y él continuarán conservando esta tradición, que les da para vivir.
Así, don Moisés sale todos los días de su casa puntualmente para instalarse a las diez de la mañana en la calle Madero, del Centro Histórico de la Ciudad de México, para armonizar el tiempo y el paso de los visitantes.