Para los visitantes de provincia, particularmente de estados como Tamaulipas (que es mi caso), es un verdadero reto tomar el sistema de transporte colectivo de CDMX, particularmente uno tan singular como El Metro (que cumple 50 años), un medio que rompe las reglas de la física, donde dos o más cuerpos “sí” pueden ocupar el mismo espacio.

El Metro es abordado todos los días por un “tsunami” humano (más de 5 millones de personas) que en muchos casos desconocen de cortesía, caballerosidad y reglas de urbanidad, su misión es llegar a su destino cotidiano. Pero no todo es empujones, también es un espacio donde la vida política del país se debate.

A lo largo de la semana pasada y los primeros días de esta, el tema coincidente fue el primero o tercer informe (según el cristal con que lo vea) del Presidente Andrés Manuel López Obrador, particularmente en la línea que tomo, ya que me traslada al Zócalo, el acceso a la estación está a unos cuantos metros de Palacio Nacional, y forma parte del camino diario a mi trabajo ubicado a un par de cuadras de estos puntos emblemáticos.

Todos los argumentos fueron abordados, la macro economía, el aeropuerto, el empleo, el crecimiento, la separación del poder político del económico, diversos programas sociales, la relación de Morena y Ejecutivo, el huachicol, Rosario Robles y más, pero en muchos, con una coincidencia, con un giro natural en las conversaciones, con un tema común… la disminución de los excesos.

Los guardaespaldas, asistentes, camionetas último modelo, viajes en clase premier, comidas de lujo con gasto al erario entre otros privilegios que la clase política federal gozaba, han disminuido considerablemente en la 4T, una señal que, para muchos mexicanos, es considerada el principio de un cambio.

Si bien la clase política ha criticado severamente esta y otras acciones que forman parte de un amplio programa de austeridad federal, para millones de mexicanos es particularmente aplaudido la eliminación de los excesos de toda índole, que, en muchos casos, se convirtieron en abusos que tocaron directa o indirectamente su vida.

Para los que minimizan acciones como abrir Los Pinos, la venta del avión presidencial o poner un tope a los sueldos federales, no están considerando que representa para millones de mexicanos símbolos de privilegios, prepotencia, ninguneos, un rencor que gradualmente se almacenó por años y años en los corazones de la ciudadanía.

Me llamó mucho la atención escuchar estas expresiones durante mis traslados, al final, dentro de los millones que toman el Metro, existe un mosaico cultural y representativo de todo el país. Fue muy revelador entender que, para muchos mexicanos cansados de la corrupción y los excesos de la clase política, es muy esperanzador el cambio.

Puede ser que la eliminación de privilegios y el plan de austeridad no figuren significativamente en la vida económica del país, pero en el ánimo del colectivo no solo es el fin de la clase divina, además, es el regreso del gobierno a los ciudadanos, donde los puestos no signifiquen ser “más” que los demás, solo el privilegio de servir.

Al final, las últimas encuestas coinciden con los debates del Metro, en la percepción ciudadana de un presidente que entiende el sentir de la mayoría de los mexicanos y actúa en consecuencia, que regaña a su partido, que se levanta temprano todos los días a trabajar, que viaja por las comunidades pequeñas y dialoga con sus habitantes, combatiendo el sistema abatido y descompuesto que hirió a tantos.

José Manuel Flores M.

Comunicologo

Ha colaborado en distintos gobiernos.

Actualmente es vocero en la Secretaría de Educación Pública.