Recuerdo mis épocas de estudiante universitario, allá por el lejano 1980, en Agronomía, donde me especialice en Zootecnia; No éramos de rancho, mucho menos tener ganado o algo así; Mi único contacto con las actividades agropecuarias era cuando nos invitaban a algún rancho a una comida, o acompañaba a algún amigo a su rancho ganadero; De ahí en fuera, nunca tuve un roce con esa actividad. Por alguna razón no explicable estudie esta profesión, de la que he vivido desde Diciembre de 1983, cuando egrese de la Universidad; En 1985 y hasta 1987 estudie de nuevo, ahora un posgrado en Producción Animal y de ahí hasta este diciembre, mes en el cual, después de cuatro años y medio, egresare de la Licenciatura en Historia.

Esta pequeña reseña viene al caso, porque, si bien no recuerdo todo lo hecho o visto en mi vida, si recuerdo que antes, hace algunos años, cuando estudie y mis primeros años de ejercer, al campo no se le inyectaban los recursos que se le inyectan ahora; En 1984 cuando ingrese a laborar en la Secretaria de Agricultura y Recursos Hidráulicos, mucha de la gente que ahí laboraba, trabajaba en áreas de capacitación y extensionismo; Con el tiempo esa vocación se perdió y muchos técnicos se convirtieron en administradores de programas de subsidio.

Sin embargo, con el tiempo, el gobierno invento apoyos en aras de mantener la producción y aumentar la productividad del campo mexicano; Millones de pesos, cantidades estratosféricas, se han inyectado al campo, con el triste resultado de que ahora somos un país más dependiente de los alimentos que provienen del extranjero.

México importa lo mismo maíz amarillo, que pollo americano, leche de Uruguay, carne de borrego de Nueva Zelanda, Piñas de Indochina, vacas de Australia, y un largo etcétera, a pesar de los multimillonarios apoyos otorgados en las últimas dos décadas, sin que esa gran inversión haya rendido frutos, pero si haya enriquecido a muchos.

Este texto viene a colación de la reciente entrega de 300 animales en el programa de mejoramiento genético, celebrada en  Ciudad Victoria, Tamaulipas; Muy loable el esfuerzo de un programa que surge como una herramienta para dotar de animales de alta capacidad productiva, a personas que por ser de menores recursos económicos, no tenían los recursos necesarios para adquirir un semental de calidad. La idea también era aumentar el porcentaje de preñez y parición a nivel nacional, el cual estaba en 50%, o sea, según las estadísticas que se manejaron para diseñar este programa, una vaca en edad productiva, paria un becerro cada dos años, promedio, a nivel nacional.

Sin embargo, hay una máxima campirana, y que más de un maestro me lo dijo en el transcurso de la especialización en zootecnia o durante la maestría: La preñez entra por el hocico; es prácticamente imposible que una vaca que no esté correctamente alimentada, con un balance de macro y micro minerales, agua limpia y alimento, ya sea forraje o granos, de calidad y disponibles de acuerdo al estado fisiológico del animal, quede preñada, lleve a buen término la gestación o tenga la habilidad materna de entregar un becerro al destete, de peso y calidad.

Quizá la vocación histórica de las tierras tamaulipecas ha cambiado y ese cambio ha modificado el entorno, quizá la pérdida o el desinterés de las nuevas generaciones de profesionistas agropecuarios han provocado que las nuevas técnicas de obtención de forraje y de alimentación para el ganado no aterricen en este estado, quizá es tiempo de reorientar los programas como el de mejoramiento genético y buscar nuevas alternativas que permitan a la ganadería tamaulipeca, aumentar sus índices de preñez, parición y becerro al destete, de tal manera que los subsidios sean mejor direccionados y utilizados, quizá es tiempo de que los políticos escuchen más a los técnicos.

A menos que la intención sea otra

Síguenos en Facebook/Hablemos del Campo en Tamaulipas

Editorialista en HOYTamaulipas