Cada vez escucho más críticas al capitalismo y al liberalismo. Se repiten en centros de reunión, redes, aulas y conversaciones que antes confiaban en la promesa de la libertad y de la creatividad individual. Hoy aparecen con fuerza dudas sobre si el modelo liberal puede sostener bienestar en un planeta lleno de desigualdades, tensiones y transformaciones tecnológicas que rebasan cualquier manual clásico. Este giro ocurre en un mundo donde China expande su influencia, afirma su presencia geoeconómica y presenta al mundo un camino que parece eficiente, disciplinado y blindado a la incertidumbre democrática.

Sin embargo cuando observo con más cuidado lo que ocurre en distintos continentes me doy cuenta de que el debate no puede reducirse a esa tensión. Existen datos que iluminan la discusión y provienen de fuentes serias. El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo midió el avance del desarrollo humano entre 2019 y 2023 y encontró que algunos países crecieron a una velocidad sorprendente. El Social Progress Index confirmó esta tendencia al evaluar educación, salud, derechos básicos, acceso a oportunidades y bienestar subjetivo.

De esas mediciones surgieron seis casos sumamente reveladores. Vietnam, Bangladés, Nepal, Camboya y Ruanda conforman el grupo de países que mejoraron con mayor rapidez en los últimos cinco años. China se integra como caso complementario porque su trayectoria mantiene una constancia notable desde hace décadas. La selección no es anecdótica. Proviene de la convergencia entre los indicadores del PNUD y los avances año tras año del Social Progress Imperative.

Cuando analizo estos países aparece una revelación que explica mejor el mundo que las teorías que lo dividen entre capitalismo liberal y autoritarismo asiático. Las naciones que más mejoraron en ese periodo no pertenecen a democracias plenamente abiertas. Vietnam mantiene un sistema de partido único con una economía parcialmente liberalizada. Ruanda sostiene un régimen presidencialista con control estricto. Camboya opera bajo una monarquía constitucional dominada por un partido. Bangladés y Nepal representan transiciones democráticas con instituciones frágiles pero operativas. China continúa por su propio camino, donde la apertura económica coexiste con una autoridad política que no admite competencia.

Estas experiencias muestran algo que incomoda a quienes defienden una visión romántica del desarrollo. En etapas tempranas el avance acelerado suele provenir de estabilidad prolongada, disciplina estatal y cierto grado de control político. Este impulso permite reducir pobreza, ampliar educación básica, extender infraestructura y atraer inversión. La evidencia del PNUD y del Social Progress Index confirma que estos países transitan una fase donde la velocidad del desarrollo responde menos a la libertad y más a la capacidad del Estado para ordenar y ejecutar.

Sin embargo esta misma evidencia también muestra que el desarrollo avanzado avanza hacia otro sitio. Los países que encabezan las mediciones de bienestar, derechos, innovación, felicidad, confianza institucional y cohesión social pertenecen al conjunto de democracias liberales que han consolidado instituciones abiertas. Noruega, Suiza, Dinamarca, Islandia. En ellos la creatividad no surge de la disciplina estatal, sino de una sociedad que confía en sí misma. La prosperidad se sostiene sobre educación rigurosa, transparencia, participación ciudadana y una estabilidad emocional profunda.

Lo que de esta reflexión se desprende es algo que transforma el debate global. La crítica creciente al capitalismo y al liberalismo proviene, en parte, de observar que el arranque del desarrollo puede ser más rápido cuando el Estado centraliza decisiones. Pero ese mismo arranque se estanca cuando el control compite con la libertad. El impulso inicial puede venir desde la verticalidad. La prosperidad sostenida requiere apertura, pluralidad y creatividad.

El crecimiento de la influencia china despertó en muchos países la idea de que existe una alternativa más eficaz y menos caótica que las democracias liberales. Es una ilusión comprensible en un tiempo donde la incertidumbre social y tecnológica genera ansiedad. Sin embargo es una ilusión incompleta. Los datos muestran que una sociedad puede avanzar sin libertad durante ciertas fases, pero no puede alcanzar su mejor versión sin ella. La innovación exige pensamiento crítico. La cohesión necesita confianza. El bienestar florece cuando las instituciones protegen derechos y no temen a la diversidad.

De lo que se desprende de esta reflexión concluyo algo que vale para cualquier país que busque un proyecto histórico. El mundo del siglo actual no se define por la competencia entre China y Estados Unidos. Se define por la capacidad de cada nación para equilibrar estabilidad con libertad, planeación con creatividad y disciplina con imaginación. La crítica al capitalismo y al liberalismo perderá fuerza cuando recordemos que la libertad no es el problema. La libertad es la herramienta para que la prosperidad se mantenga. Lo que falta es una arquitectura institucional capaz de convertirla en bienestar colectivo.

El futuro pertenece a quienes sepan construir ese equilibrio. A quienes comprendan que la estabilidad funciona para empezar y la libertad funciona para llegar. A quienes unan las lecciones del impulso asiático con la inspiración democrática sin traicionar la dignidad humana. Ese es el desafío de nuestro tiempo. Ese es el camino que muchos países aún están aprendiendo a recorrer.

¿Voy bien o me regreso.

Nos leemos pronto si la IA y las fallas del capitalismo liberal o las ilusiones del autoritarismo asiático lo permiten.

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David Vallejo

Politólogo y consultor político, especialista en temas de gobernanza, comunicación política, campañas electorales, administración pública y manejo de crisis. Cuenta con posgrados en Estados Unidos, México y España. Ha sido profesor, funcionario estatal y federal, así como columnista en Veracruz, Tamaulipas y Texas. Escritor de novelas y cuentos de ficción. Además, esposo amoroso, padre orgulloso, bibliófilo, melómano, chocoadicto y quesodependiente.