Por: Ricardo Hernández 19/11/2012 | Actualizada a las 09:44h
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Ese
día llegó élde noche y me despertó del
sueño. Lo hizo como acostumbraba,siempre, golpeando la mesa del comedor, exigiendo la cena como si ella estuviera
esclavizada en la cocina, esperando su mal carácter. Momentos antes, ella permanecía sentada en la silla del
comedor, yo en su rezago,como una pequeña bolita de humanidad. Era el único hijo
que la perseguíaa donde quiera, tal vez porque era el menor
de mis cuatro hermanos; los demás parecían animalitos echados en la cama. Yo en
cambio, necesitaba el calor de ella, de sus tibios brazos, de esas tiernas
caricias en la cabeza que me provocaban el sueño instantáneo.
Antes de que llegara él, imaginaba aquel
cuento que nos había contado por la
mañana, en clases, la maestra del Kínder: “Niños, guarden silencio, van a poner
los brazos y la cabeza sobre la mesa
como si se fueran a dormir, quietecitos y sentaditos… ¿Ya?” Tras de eso repetimos al unísono: “¡ya, ma-es-tra!”“Ahora _continuó ella_ van a cerrar los
ojitos y van a imaginar un río, ese río lleva agua cristalina, transparente, si
se asoman pueden ver su cara reflejada; el ruido que provoca esa agua es como
un murmullo, es como una canción que los arrulla. Ahora, niños, a un lado de
ese río, hay mucho pasto, el pasto es verde, verde y, sobre ese pasto verde hay un árbol grande,
grande, lleno de hojas verdes y de ramas
largas; no hace calor, pero el sol quema agradablemente. Debajo de ese gran
árbol, hay una inmensa sombra, todo es quietud, silencio, calma: un viento
suave mueve esas ramas y se escucha el ruido que producenlas hojas…”
“Maestra” _recuerdo que le hablé. Ella respondió acercando su rostro muy cerca
de mis oídos: “Dime, chaparrín, ¿que estás imaginando?” “¿Maestra, ese árbol
tiene manzanas rojas?” “Si. _Musitó la maestra_ tiene muchas manzanas rojas,
pero no hables, ¡ssh!, imagina solamente.”
La delicada voz de la maestra desconectó
mis pies de la tierra y mi mente se fue a volar en busca de esas manzanas
rojas, grandes y jugosas; a observar mi
rostro en el espejo del río; quería verme bajo la sombra de ese árbol frondoso,
tal vez tendría manzanas rojas y luego las comería todas, correría por la
inmensa llanura, quizá más allá se vieran subidas y bajadas, pendientes y
declives, e iría detrás de las mariposas moteadas de azul con amarillo, blanco
con negro y de muchos colores como el arcoíris, donde nada me preocupara más
que ir detrás de esas mariposas yendo siempre hacia donde se confunde la tierra
con el cielo.
El ruido seco que provocó sus botas la estremeció a ella y de paso a mí. Ella
clavó su angustiosa mirada sobrelos
ojos inyectados en sangre de él, que estaba parado sobre el quicio de la
puerta, sin hablar, con las manos en la cintura.
Se imponía con ese cuerpo robusto. Sus
brazos eran fuertes y gruesos como dos
leños listos para el fuego. Él le dijo: “¿Qué esperas?” Ella se movió,encorvó su cuerpo, luego me levantó con mucha
facilidad y convirtió sus delgados brazos en una pequeña y acojinada cuna, para
llevarme enseguida a la cama. Él se sentó en la mesa y tintineó el reloj de pulso consu mano derecha. Ellaregresó a la cocina, frente a la estufa friccionó
el encendedor,dijo en voz baja: “¡Ya es
tarde!” “¡Tengo hambre!” _contestó élcolérico.Lo que provocó que me
despertara enseguida.
Dejé de soñar con las manzanas rojas y del río que nos contó la maestra en el
salón de clase, donde me había quedado dormido
hasta la hora de salida.
Cuando él se durmió, yo seguía despierto, ella lo sabía, porque enseguida
acudió a mi cama para acurrucarme, me preguntó en un susurro, como contándome
un secreto: “¿Dime, chaparrito de oro,que soñabas hace un rato, te escuché decir algo?” Yo recuerdo que le
dije: “¡Schhh, cállate, no te vayaa
escuchar! Al día siguiente después que
llegué del Kínder le dije lo que había soñado y la burla de mis compañeros.
Ella también se rió de mí y me besó. Se dirigió a la cocina, dijo: “Ven” Abrió
la puerta del refrigerador y sacó una manzana roja. De la sorpresa, abrí los ojos tan grandes como pude y le dije:
“¡Es como la manzana roja que imaginé del cuento!
No tan solo había una manzana en el refrigerador, ella había comprado una
docena y con lo comilón que era, me comí cuatro en un rato.
Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista
Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.
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