Guerra nuclear
En un mundo que creíamos dominado por la inteligencia artificial y las guerras económicas, el mayor peligro vuelve a ser el más antiguo y devastador: una guerra nuclear. Lo confirma el más reciente informe del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo, el SIPRI. Esta institución independiente, fundada en 1966 y considerada la autoridad global en materia de armamento, conflictos y desarme, acaba de anunciar una verdad que debería estremecer a todas las generaciones: ha terminado la era del desarme. La guerra atómica ha dejado de ser un tabú y ha vuelto a instalarse como posibilidad estratégica real.
En su informe anual, el SIPRI documenta que las nueve potencias nucleares (Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido, Francia, India, Pakistán, Israel y Corea del Norte) están ampliando y modernizando sus arsenales. La cifra de cabezas nucleares operativas ha crecido, pasando de 3,844 a 3,904 en el último año, y por primera vez desde la Guerra Fría se ha identificado una tendencia global de rearme sin freno. Hay al menos 9,585 ojivas listas para uso militar inmediato. Más de 2,100 están en estado de alerta máxima. Pero el dato más estremecedor es que cada una de estas armas puede destruir una ciudad entera en segundos.
Donald Trump ha vuelto una lógica de supremacía armamentista que muchos creían desterrada. Su gobierno ha suspendido unilateralmente los compromisos de reducción nuclear firmados durante la administración de Biden y ha reactivado el proyecto de misiles supersónicos en el Pacífico. Ha ordenado revisar la doctrina de “destrucción mutua asegurada”, insinuando que podría replantearse el uso táctico de armas nucleares en conflictos regionales. En paralelo, Rusia, enfrentada militarmente en Ucrania, ha desplegado armas nucleares tácticas en Bielorrusia, y mantiene operativas casi 1,200 ojivas listas para ser lanzadas en menos de cinco minutos. La retórica de Moscú ha cambiado: ya no se limita a disuadir, ahora amenaza.
China ha elevado su arsenal de 410 a 500 ojivas en apenas doce meses. Y según el SIPRI, de seguir esa progresión podría alcanzar a Estados Unidos o Rusia en menos de una década. Lo más inquietante es su desarrollo de sistemas de lanzamiento en tríada: submarinos, misiles balísticos y bombarderos estratégicos. Pekín se ha negado a integrarse en cualquier tratado de control armamentista. No asiste a mesas multilaterales. Su doctrina de opacidad lo convierte en un actor impenetrable. Nadie sabe con certeza cuánto ha avanzado.
En Asia del Sur, la rivalidad nuclear entre India y Pakistán se mantiene viva, inestable, plagada de tensión fronteriza y con un factor añadido: el cambio climático ha reducido los márgenes de negociación por el agua. La bomba no es sólo política, también es ecológica. Corea del Norte, por su parte, ha multiplicado sus ensayos balísticos y ha declarado formalmente que no negociará su desarme “bajo ninguna circunstancia”. Kim Jong-un ha institucionalizado la amenaza como pilar de su política exterior.
En Oriente Próximo, el equilibrio es aún más frágil. Israel, que nunca ha reconocido oficialmente su capacidad nuclear, posee al menos 80 cabezas según el SIPRI, y continúa desarrollando capacidades de segundo ataque. Irán, tras el colapso del acuerdo nuclear de 2015 y bajo las sanciones renovadas por Estados Unidos y la UE, ha reanudado su programa de enriquecimiento con una velocidad inquietante. Las tensiones recientes dibujan un escenario donde un conflicto regional podría escalar hacia lo irreversible.
Europa no está fuera del tablero. El Reino Unido ha incrementado su límite de armas nucleares por primera vez en 30 años. Francia mantiene un programa nuclear activo en el Atlántico. Y la OTAN, en su última cumbre, ha reafirmado el principio de disuasión colectiva, lo que implica que un ataque contra uno de sus miembros podría responderse con armas nucleares.
Los tratados que intentaban mantener este equilibrio se están desmoronando. El Nuevo START, que limitaba los arsenales estratégicos entre Estados Unidos y Rusia, expirará sin renovación. El Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) ha quedado obsoleto ante el surgimiento de nuevas potencias que nunca firmaron el acuerdo. El Tratado sobre la Prohibición de Armas Nucleares (TPAN), impulsado por Naciones Unidas en 2017, ha sido boicoteado por todas las potencias atómicas. Vivimos, literalmente, en un mundo sin reglas.
Y lo más peligroso no es solo la cantidad de armas, sino el nuevo ecosistema que las rodea: inteligencia artificial aplicada a la toma de decisiones militares, automatización de respuestas, sistemas de alerta temprana gobernados por algoritmos, ciberataques que podrían activar defensas por error. El tiempo de respuesta se mide en segundos. El margen humano de reflexión ha desaparecido. El riesgo de un error técnico es hoy más alto que nunca.
¿Y qué hacer ante esto? Lo primero es nombrar el peligro. Reinstalar en la conciencia colectiva la dimensión real de una guerra nuclear. Se ha vuelto abstracta, distante, casi cinematográfica. Pero es la única amenaza verdaderamente irreversible. Luego, reconstruir una arquitectura multilateral. Impulsar una cumbre global de control armamentista que incluya a todos los actores, incluso los que hoy la desprecian. Reforzar la transparencia, los mecanismos de inspección, el regreso al diálogo bilateral entre superpotencias.
El mundo debe redefinir el concepto de seguridad. Una civilización capaz de gastar 83,000 millones de dólares anuales en mantener armas que no puede usar sin autodestruirse, y que al mismo tiempo deja morir a millones de personas por hambre o falta de agua, ha perdido la brújula moral. No hay justificación estratégica para lo inhumano.
¿Voy bien o me regreso? Nos leemos pronto si la IA y las amenazas nucleares lo permiten.
En el cine exterminio que se estrenó esta semana. Y se viene el juego 7 y definitivo de la NBA y el juego de la selección mexicana de futbol vs Costa Rica.
Una bomba de espuma y jabón para Greis y Alo.
David Vallejo
Politólogo y consultor político especialista en temas de gobernanza, comunicación política, campañas electorales, administración pública y manejo de crisis. Cuenta con posgrados en Estados Unidos, México y España.
Además esposo amoroso, padre orgulloso, bibliófilo, melómano, chocoadicto y quesodependiente.
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