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Un crimen y una reina

Por: Ambrocio López El Día Miercoles 06 de Marzo del 2019 a las 14:32

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En el verano de 1865, en la casa de una prestamista; tras haber imaginado cientos de veces la escena en su cabeza, el asesino –que aún no lo era, que instantes antes era también inocente-, tomó el hacha y realizó el crimen. No sólo se había extinguido la vida de aquella desgraciada, también la del hombre que lo cometió estaba por caer en el abismo. La condena del crimen que perseguiría como feroz sabueso a Rodion Romanovich Raskolnikov sería quizá la locura, el filo de las miradas, el nauseabundo recuerdo de la sangre tibia y la profunda soledad que acompaña al criminal cuando se sabe distinto a todo el mundo.

¿Quién era este hombre?, ¿cómo fue que lanzó su vida a las aguas de la incertidumbre, renunciando a la compañía, a la amistad y a la sociedad misma?, por su naturaleza, ¿habría forma de alcanzar la redención después de aquél acto que a todas luces parecía imborrable?, ¿acaso podemos vivir en sociedad después de arrebatarle la vida a alguien, tras ver cómo se apaga el brillo en los ojos del otro, sintiendo abruptamente la ausencia del freno moral? La magistral obra del genial escritor Dostoievski ilumina los rincones profundos de la conciencia humana sin escatimar en detalles, descripciones y utilizando poderosos elementos como los sueños y las alucinaciones febriles.

Acerca de la fabulosa novela Crimen y Castigo, de Fedor Dostoievski, la joven historiadora Ana Juárez, agrega: El asesino era un muchacho, el asesino era estudiante, tenía veintitrés años y muchas deudas, acosado por la dueña del departamento donde se hospedaba siempre ávida de rentas; su escape era la calle. Pero en la calle tampoco era libre; desorientado, vistiendo pobres ropas, nervioso, como en una eterna enfermedad que apagaba su mísera alma; comenzó a imaginar el crimen que resolvería sus problemas financieros, que también evitaría que su hermana se casara por conveniencia –sacrificando su felicidad-, y que, de algún modo, en su mente, le aseguraría el bienestar futuro.

El asesinato fue sólo el inicio de una agonía que se antojaba eterna. Le seguirían errores casi premeditados, conversaciones siempre interrumpidas por el nerviosismo, la ansiedad y la demente creencia de que todo era una trampa para volverlo cautivo; lo que Raskolnikov ignoraba es que ya lo estaba, condenado desde el día en que su mente comenzó a fabricar imágenes del asesinato que lo hacían sentir culpable y loco. Prisionero de la pena; vagabundo, indigente emocional separado de los que amaba por su propia culpa; comprendería muy tarde el verdadero móvil de su crimen: liberarse de la barrera que sentía que lo separaba de todos, romper esa ilusión de estar abajo, en lo más bajo del mundo.

Los personajes que acompañan al joven Rodya (Raskolnikov) en su calvario moral son: su mejor amigo, su hermana, su madre, la joven prostituta cuya compañía le sirve de alivio (y el padre de esta, amigo del protagonista, que en el olvido del alcohol pone sus penas). Tiene además excepcionales figuras como Svidrigailov, el adinerado hombre que persigue a Dunya, hermana de Raskolnikov o el inspector Porfiry, locuaz y astuto –obsesionado con la mente criminal-. Dostoievski explica de modo supremo la conducta de Raskolnikov, siembra los antecedentes y retrata –producto quizá de su estancia en prisión- las visiones esquizofrénicas del perseguido. En un viaje tortuoso tanto para el protagonista como para el lector, Dostoievski no titubea al sumirnos en la angustia o en el desesperado suspenso.

Me resulta particularmente necesario resaltar el afortunado uso de los sueños como elemento revelador de las patologías mentales de las que Raskolnikov se vuelve presa. En uno de ellos siendo niño junto a su padre (ausente en la obra), contempla el maltrato y muerte de un caballo; en otro revive el asesinato de la prestamista mientras ella lo mira fijamente; en otro una multitud es víctima de una enfermedad que provoca que se maten. Algunos de los elementos que se repiten son: la violencia evidente, insana y sin sentido; y las multitudes vigilantes.

Disociado de la realidad a ratos, el protagonista da paseos sin sentido; sus emociones escapan de su control en instantes; y sumido en una crisis espiritual, se descubre asqueado ante la condescendencia de los que le rodean. Incontables veces intentó confesarse, entregarse para terminar el doloroso camino que se extendía frente a él; pero no podía, su naturaleza le empujaba a escapar del hacinamiento que supondría la cárcel en Siberia y su idea de que los hombres notables podían vivir al margen de las reglas morales impuestas por una sociedad de ordinarios le confería el “permiso” para sentirse eludido de la ley.

Raskolnikov dice que “se mató a sí mismo”, y lo hizo; moralmente comenzó a vivir en otro mundo donde su crimen no era crimen; cayó en una evolución mental que lo llevó a destruir sus relaciones y confesarse cual si fuera un autómata; orillado por el evidente rechazo de su hermana y las inocentes súplicas de Sonya, quien en su inagotable espiritualidad habría oasis mentales para él. Tendría en su epílogo la oportunidad de redimirse a través del amor, tras haber enfrentado el dolor y el juicio de la sociedad en una penitencia de más de mil páginas.

“Crimen y castigo” es una obra brillante y lúcida, retrato del dolor que provoca la miseria. Nos abre las puertas a la banalidad que cobran algunos actos; a los valores imperantes en la Rusia de la segunda mitad del siglo XIX, y a la creencia de que la camaradería, la concordia y el amor son bálsamos para las heridas más profundas. Dostoievski vivió el encarcelamiento, conoció el dolor en carne propia y analizó a profundidad la conducta de los presos en Siberia, hechos que se plasman en su prosa. Así, nos regala una novela que trasciende las fronteras temporales y espaciales: la historia del desdichado que desea apagar el sufrimiento.

POR SU PARTE, Grecia Desirée Díaz, analiza El vuelo de la reina, obra del argentino Tomás Eloy Martínez: Debo empezar diciendo que lamento una serie de cosas, inclusive podría decir que es una serie de eventos bastante desafortunados: No haber llegado a esta novela antes, dudar de su magnificencia y no haberla comprado aquel fin de semana cuando tuve la oportunidad. La novela es de Tomás Eloy Martínez, un escritor argentino del cual nunca había escuchado en mi vida, pero que prontamente –posiblemente desde el primer párrafo–, me demostró que tiene una pluma ágil y maravillosa, capaz de atrapar a cualquiera.

También dejé de dudar de la obra cuando descubrí que en la portada decía que había ganado el Premio Alfaguara en el año de 2002. Suelo no dudar de lo buenos que son los premios de la editorial Alfaguara porque mi mamá, una apasionada de la lectura, suele comprarlos y recomendarme absolutamente todo lo que ha salido de esa editorial. Además, a mí los libros siempre me cautivan primero por los ojos y Alfaguara suele no defraudarme por sus portadas y por el buen olor que tienen las hojas de sus libros. La trama sucede en Argentina y cuenta la historia de Camargo, un hombre de más de sesenta años que es dueño de un periódico. Parece ser, que a él los acontecimientos de su vida lo fueron haciendo cada vez más difícil.

Tiene un carácter duro, fuerte, pero conforme la historia avanza y uno va descubriendo un poco más de él, entiendes que, en el fondo, su pasado, su padre y la relación inconclusa que tuvo con su madre es algo que no lo abandona ningún día de su vida y le inunda las horas, los minutos y el pensamiento; situación que lo pone frágil, vulnerable, pero para dirigir un periódico de renombre en Argentina, debe mantener ese porte de macho fuerte e invencible. Se entretiene espiando a su vecina por medio de un telescopio. Tiene muy bien medidas las horas en las que llega a casa, también mide su forma sensual y lenta en la que se desviste.

Le parece un ser fascinante que le atrae, pero él mismo se descubre cuestionando el porqué de ello; sabe que de ver a esa mujer pasar por la calle no le dedicaría ni siquiera una mirada de reojo. Pero debe existir cierta adrenalina en la acción, y la adrenalina es excitante para cualquiera. Con el paso del tiempo se decide a saber más de ella, tal vez todo. Se propone a entrar a su casa, revisar entre sus pertenencias, revolver cajones, ver y oler su ropa interior; pero lo que más le llama la atención es descubrir si tiene un amante. A primera vista, parecería que comete tales acciones porque es un hombre de la tercera edad que puede estar solo. Uno ni siquiera intuye que sea viudo o tenga hijos, pero después es toda una sorpresa saber que en realidad sí está casado y tiene hijas.

Su esposa, Brenda es un ser al cual aprecia, pero que no le mueve ni un músculo del cuerpo y mucho menos le revuelve el pensamiento. Sabe que se ha casado con ella por la idea y el amor que tenía, pero conforme ha avanzado el tiempo, la más mínima palabra o acción que puede cometer Brenda lo desquicia. La monotonía es ese ser que es latente, es pesado de llevar, pero desprenderlo es aún más complicado. Tal vez lo que más apasiona la vida de nuestro personaje principal sea su trabajo. Llegó a él por la busca insaciable de encontrar a su madre, pero, además, es algo que le ha costado un sinfín de esfuerzos, y como era de esperarse: tuvo que subir peldaño por peldaño, a paso tal vez no lento, pero sí el adecuado.

Un día decide llegar temprano a las oficinas de su periódico y lo que no para de darle vueltas en la cabeza es ¿por qué las personas que trabajan para mí no escriben con pasión, con entraña? El oficio periodístico es un medio fascinante que no solo te permite comunicar, te permite conectar. Así como uno es la ciudad en donde habita y en donde anda, uno también se transforma en lo que escribe. “Soy como escribo, soy lo que escribo”, a él le interesa que las personas que trabajan para él le digan con sus textos no cómo o el porqué, sino, que escribieran pensando en lo que eso conecta con ellos, para que al texto no le falte pasión, emoción; para que no sea hueco, cóncavo.

Aquí yo debo detenerme a decir que eso es probablemente lo más importante y lo más complicado a la hora de hacer un texto que sabes que llegará a manos de alguien más. ¿Qué tengo que hacer para ser totalmente entendible? La respuesta está en hablar con la verdad y con todo eso que remueve los sentimientos que uno trae dentro, y que al final, salen en esa hoja de papel. Posiblemente por esto es porque tiene interés en una nueva periodista que ahora trabaja para él. Reina, una mujer de treinta años que le llama la atención por una nota que escribe de un famoso actor que acaba de fallecer; ella tiene algo que el resto de los periodistas no tiene: procura ser minuciosa para escribir y no le falta sentimiento. Muy probablemente emprende una relación con ella porque le recuerda a sí mismo, pero eso queda a la interpretación de cada uno.

La joven profesionista egresada de la UAM de Ciencias, Educación y Humanidades (UAT) sostiene que la novela es una pasión desbordada tras otra. Está llena de emoción por las notas y las respuestas que hay que conseguir para las publicaciones del periódico de Camargo, pero, además, es una plot twist (vuelta de tuerca) intensa en dónde no sabes qué o no hará su personaje principal. Es la obra indicada para tomarte el tiempo de pensar en las pasiones, en la palabra escrita; es ideal para pensar en la vocación y devoción que cada uno tiene con su trabajo.

VOLVIENDO A nuestra realidad, vale comentar aquí que el PRI de Tamaulipas festejó sus primeros 90 años de existencia que le hacen, junto al PAN, uno de los partidos más longevos de Latinoamérica, aunque joven si consideramos que los partidos ingleses (Laborista y Conservador) tienen antecedentes de 600 años y los norteamericanos (Demócrata y Republicano) existen desde hace casi dos siglos. Otro acontecimiento local fue el informe del Rector José Andrés Suárez Fernández quien estuvo acompañado por el gobernador Francisco García Cabeza de Vaca y otras personalidades académicas, culturales, políticas y empresariales.

Correo: amlogtz@gmail.com

 

Ambrocio López Gutiérrez

Periodista y Sociólogo.
Columnista en diversos medios  electrónicos e impresos.
Redactor en el equipo de Prensa de la UAT.
Profesor de horario libre en la UAM de  Ciencias, Educación y Humanidades.

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