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Movimiento financiado

Por: Juan Sánchez El Día Martes 02 de Octubre del 2018 a las 11:41

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Se cumple hoy medio siglo de la represión militar en la Plaza de las Tres Culturas (Tlatelolco, Ciudad de México), que dejó un saldo de al menos tres decenas de estudiantes masacrados (niños entre ellos) y más de mil heridos.

Además, fueron aprehendidos cientos de manifestantes.

De esa barbarie se ha editado cualquier cantidad de libros. Pero con intenciones sesgadas, según intereses particulares de los autores –salvo el escrito por Elena Poniatowska Amor, ‘La noche de Tlatelolco’--, porque en su mayoría fueron dirigentes del movimiento estudiantil en la etapa de mayor conflicto, aunque ninguno de ellos participara desde su origen (26 de julio).

Y entre esos textos incluyo ‘68. Tiempo de hablar’, que, en coautoría con Sócrates Amado Campos Lemus, publiqué hace 30 años --su aporte, aclaro, sólo fue una entrevista por tratarse del dirigente más polémico del Consejo Nacional de Huelga (CNH), quien, por cierto, ha sido encasillado como ‘El Traidor’--, buscando así encontrar la verdad de la sedición, ante la hipótesis de que se trató de una insurrección financiada por los grupos políticos contrarios a Gustavo Díaz Ordaz para derrocarlo; o al menos en un intento para comprometerlo a inclinar la balanza a dos años del relevo sexenal, que, al final de cuentas, él mismo ladeó, conforme a sus propios intereses, en favor de Luis Echeverría Álvarez.

Hay otros libelos, donde sus autores exponen sus propios puntos de vista descalificándose entre sí, ¿por protagonismo?, pero ninguno acepta la revelación de Luis González de Alba (qepd), de que ‘el CNH compraba armas, en la Unión Americana, para armarse y hacerle frente al Gobierno Federal’ durante la alzada.

En fin…

Como corresponsable de la masacre, surge quien fuera el secretario de Gobernación apostándole al relevo sexenal --que finalmente obtuvo--, bajó la instrucción de reprimir a los ‘alzados’ vía las fuerzas castrenses y policiales.

Pero ya fue exonerado del genocidio, aunque la opinión pública siga considerándolo culpable.

En consecuencia, la historia oficial de ningún modo le fincará cargos como tampoco a los políticos y funcionarios federales de esa época, que, en su insurrección, se involucraron en el movimiento de masas --tanto en el cruento suceso--, por lo que su responsabilidad, sólo habrá de persistir en los textos que han sido publicados para exhibir su culpabilidad ya que legalmente son ‘inocentes’, según el veredicto judicial.

Algunas precisiones

La masacre ocurrida hace 30 años fue consecuencia de una insurrección estudiantil, en su inicio, pero considerada ‘caldo de cultivo’ después, ante la aparición de provocadores que sesgaron aviesamente el movimiento y lo utilizaron acatando instrucciones de sus mecenas.

Hasta su fase más deplorable.

Ciertamente los manifestantes jamás enarbolaron la bandera de una alzada en contra del señor de Los Pinos, puesto que sólo los motivaba el descuerdo con la represión policial en los centros educativos.

Y esa demanda fue capitalizada por los grupos que promovieron con aviesas intenciones la anarquía del movimiento, hasta el grado de asumir sus testaferros como líderes en la insurrección de varios precandidatos a la Presidencia de la República, buscando así presionar a Gustavo Díaz Ordaz para que adelantara el rejuego sucesorio.

Éstos eran Luis Echeverría Álvarez, Alfonso Corona del Rosal, Emilio Martínez Manautou y Marcelino García Barragán, quienes despachaban como secretario de Gobernación, jefe del Departamento del Distrito Federal, secretario de la Presidencia de la República y secretario de la Defensa Nacional, respectivamente.

Como fundamento de esta hipótesis, hay testimonios que refieren que luego de muchos coqueteos, desaires, agresiones, vituperios, retos y una que otra mentada de madre, el Consejo Nacional de Huelga y el Gobierno Federal establecieron un puente de negociación.

Por el lado oficial: Jorge de la Vega Domínguez y Andrés Caso Lombardo; y por el CNH: Marcelino Perelló, Gilberto Guevara Niebla, Luis González de Alba, Raúl Álvarez Garín, Anselmo Muñoz Juárez, Félix Lucio Hernández Gamundi y Florencio López Osuna.

El mediador: Fernando Solana Morales, entonces secretario general de la Rectoría; y los escenarios fueron:

la casa del rector Javier Barros Sierra, y

la residencia de Caso Lombardo.

Sin embargo, los historiadores oficialistas soslayan hablar de estas reuniones, a no ser que lo comenten en espacios cerrados o petit comité, porque entonces la manipulación que pretenden hacer de la historia ya no obedecería a las instrucciones recibidas por sus mecenas, de los que, por cierto, ya pocos quedan con vida a cinco décadas de la masacre más escandalosa del siglo pasado.

La cercanía de la Olimpiada (otoño de 1968), por otra parte, sirvió de pretexto (también) a los funcionarios más interesados en la sucesión presidencial, cuando sugirieron a Díaz Ordaz acelerar el proceso de aniquilamiento del conflicto juvenil, porque, según dijeron, éste podría servir a intereses desestabilizadores.

Y los enumeraron: a) conjura internacional, b) instigación, c) complot comunista, y d) agitación profesional.

Para sustentar su recomendación represiva los desleales burócratas arguyeron, además, que el movimiento constituía una seria amenaza para el desarrollo de los Juegos Olímpicos, pues los ojos de todo el mundo estarían sobre México y no era conveniente, de ninguna forma, que se hablara de agitación social.

Menos cuando los organizadores del evento distribuyeron pegotes en todo el país con el símbolo de éste: una paloma, significado de la paz.

Frente a la duda, el señor de Los Pinos ordenó: a) se expulsara de México a diplomáticos de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS); b) que se estrechara la vigilancia sobre Carlos A. Madrazo y Humberto Romero Pérez alias ‘El Chino’ –‘El Tribilín’, mote impuesto al señor de Los Pinos--, porque supuestamente eran los financieros del conflicto; c) que se echara del país a los líderes comunistas –aun cuando los rojos de motu proprio se largaron de México mucho antes de iniciado el movimiento--, y d) que los dirigentes del CNH, presentados ante él como agitadores profesionales, fueran capturados.

Lucha estudiantil

Hasta la víspera de la asonada juvenil de 1968, diversos grupos independientes (y en algunos casos extremistas) le disputaban el control político-estudiantil a las organizaciones académicas sometidas por (algunas) autoridades del Instituto Politécnico Nacional (IPN), la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la Escuela Normal Superior (ENS) y la Universidad Autónoma de Chapingo (UACH).

Pero ese dominio ínter escolar no se ejecutaba de motu proprio, sino en connivencia con determinados funcionarios del Gobierno Federal, bajo el principio de Julio César Cayo: ‘Vine, vi, vencí’, ya que sólo de esta forma podría ‘evitarse’ el desbordamiento de cualquier manifestación previa a los Juegos Olímpicos o sabotear los intentos de reforma educativa planteados por sus comunidades.

Pese a todo propósito de contención, los estudiantes ya habían demostrado (entre 1956 y 1967) que ninguna estructura académica (oficial) podía frenar sus legítimas demandas.

Disuadirlos de ganar la dirigencia.

Lo hicieron en 1956, cuando se dio la huelga nacional de escuelas; en el ‘58, inspirados en el movimiento ferrocarrilero; un año después (en el ’59), al solidarizarse con el magisterio; en el ‘62 y ‘63, alentando en las universidades de Puebla y Morelia la reforma educativa; en 1966 durante las huelgas en la UNAM, las Normales Rurales y la Escuela de Agronomía de Ciudad Juárez; y en el ‘67, por la represión contra las universidades de Sonora y Tabasco.

Además en muchas otras batallas estudiantiles, que los libros de texto oficiales no reconocen ni aceptan, pero que sí están plasmadas claramente en la historia de nuestro México independiente.

Ahí está la hemeroteca que no deja lugar a dudas.

Mar de confusiones

Sobre el tema, insisto, se han editado muchos libros –regularmente bajo la autoría de los ex dirigentes estudiantiles--, pero ninguno de manera oficial, así que cada texto ofrece puntos de vista parciales y quienes los financiaron seguramente lo hicieron para abono de sus propios intereses.

Ya ve Usted que en México los llamados intelectuales siempre han sido oportunistas.

Siempre han hecho sus propias interpretaciones del movimiento juvenil a lo largo de casi cinco décadas, y, al menos durante el conflicto, nunca orientaron a los muchachos ni los alertaron sobre qué podría ocurrir por enfrentarse al Gobierno Federal.

Por tanto, se ha comprobado que en 1968 los intelectuales no se mostraron como líderes de opinión, pero en cambio, años más tarde, Carlos Salinas de Gortari cooptó a un grupo de ellos a través de la revista (a)’Nexos’ y coincidentemente son los mismos que siguen medrando con el pasado, aunque para hacerlo más productivo han retorcido los acontecimientos, hasta el grado de confundir con sus textos a las nuevas generaciones que aún buscan la verdad de la masacre.

Anarquía en el CNH

El claro desorden del movimiento juvenil de 1968, aprovechado por algunos funcionarios gubernamentales en su disputa por el poder, fue sencillo alentarlo por la inercia misma de los jóvenes que, al sentirse marxistas y/o maoístas, cuando menos, confundieron sus desplantes revolucionarios cayendo en la anarquía.

En esa doctrina que no tiene un sustento ideológico firme, sino que preconiza la supresión del Estado.

Fue su principal error.

De ahí que los más propensos a la asunción presidencial resultaran los autores intelectuales de la masacre, aun y cuando Luis Echeverría Álvarez haya espetado que Díaz Ordaz fue el único responsable del genocidio.

Esto y más lo revela el libro intitulado ‘68, Tiempo de hablar’.

De mi autoría, por supuesto.

En el contexto afirmo que es necesario analizar fríamente la rebelión estudiantil del ‘68, sin apasionamientos, para poder ofrecer la claridad buscada por la opinión pública durante 50 años.

Y para que los jóvenes conozcan cómo se desarrolló el movimiento estudiantil y cuál podría haber sido su verdadero significado, pues si se entiende el proceso de la alzada pudiera comprenderse todo lo demás.

De eso estoy convencido, porque sé que los significados deben encontrarse en los procesos y no, erróneamente, en las interpretaciones desatinadas de unos cuantos ex dirigentes de la masa estudiantil que en el martirologio han encontrado su modus vivendi a lo largo de casi cinco décadas.

Como fuere, hoy los jóvenes enarbolan la bandera del ’68.

Aunque ninguno vivió lo acontecimientos.

E-m@il

jusam_gg@hotmail.com

Juan Sánchez Mendoza

Ha ejercido el periodismo durante más de tres décadas, alcanzado premios estatales en dos ocasiones; autor del libro "68. Tiempo de hablar"(que refiere pormenores del memorable movimiento estudiantil); autor de ensayos literarios; y reportero de investigación de tiempo completo, acá en territorio nacional y más allá de nuestras fronteras y del continente americano.

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