Al analizar nuestro entorno social, uno puede darse cuenta que la sociedad ha decidido que el agravio sea ya una gran parte de ella. Tristemente desde el entorno familiar como entre los distintos núcleos y/o sectores sociales, el descalificar, insultar, atentar en contra de la dignidad y honor de alguien, es una práctica cotidiana. Aunque millones de personas profesan algún tipo de religión o creencia en donde se enseñan valores universales como el respeto, humildad, ayudar al prójimo, entre otros. Y ahora en la era de las redes sociales, esto en lugar  de disminuir solo se potencializó, abriendo las puertas a un canal de comunicación en donde el conocer personas es tan común como el descalificarlas. Pero he aquí en donde verdaderamente tendríamos que hacernos una importante pregunta:

¿Cómo es que hemos llegado hasta este punto?

Todo esto sin contar que los agravios más grandes muchas veces son perpetrados por aquellos que deberían velar por nuestros intereses así como la desafortunada brutal violencia que vendría siendo la cúspide perversa de esta conducta social. Pero no por ello los demás no somos menos culpables al ser permisivos, participes o muy indulgentes ante tanta rispidez social.

Que nuestra ciudad capital así como otras tantas ciudades del país sigan apareciendo entre las ciudades más violentas del mundo, pareciera que ya no lo vemos con tanta impresión, horror, tristeza.  Nos acostumbramos o terminamos acoplándonos como si fuera parte natural de nuestra evolución cuando para nada debería ser así. La solución está y siempre ha estado en nuestras manos pero no hemos comprendido eso, la decadencia es por demás notoria y si solo nos dedicamos a lamentarnos e insultarnos entre nosotros en lugar de actuar, pues poco avanzaremos en tratar de generar un cambio cualitativo. Y en este caso y siendo que recién se celebró el día internacional de la mujer, quizá sería sabio escuchar a Sara Sefchovich, quien en su libro “Atrévete, propuesta hereje para la violencia en México” propone que precisamente sea la mujer, en especial las madres, quienes tomen el rol preponderante en la eliminación de la violencia, controlando esta desde el núcleo familiar.  

Pero esta es tarea de todos y de todos los días, una constante acción de ser reflexivos y a su vez autocríticos al momento de saber que cometemos un error y llegamos a ofender o lastimar a alguien más con algún agravio verbal o físico, y no solo arrepentirse y pedir perdón sino corregir nuestra forma de actuar. Sino empezamos cada quien por sí mismo, como esperar que los demás sean los que te respeten. Todos tenemos nuestros demonios internos o complejos personales con los que cargamos y son precisamente esos los que nos hacen externar un lado desagradable de nuestro ser, los mismos que son los causantes del odio cuales pequeñas piedras que van aportando para progresivamente levantar un muro de odio y sufrimiento. ¿Cómo tiramos ese muro? Siendo más conscientes de nuestras acciones, amar más, más abrazos que rechazos, más empatía que hipocresía.

Reflexión

El Dalái Lama bien comentó:

“la verdadera cuestión no es tratar de eliminar de tajo los sentimientos como el odio y/o enojo, esos son parte de nuestra esencia como seres humanos, son tan parte de nosotros como la felicidad. El verdadero reto es el cómo lidiamos con estos sentimientos y el aprender a generar una calma espiritual que haga que estos sean cada día más escasos en nuestro diario andar.

Jorge Alonso Infante Alarcón  

Carrera Licenciado en Relaciones Internacionales.

Maestría en Administración Pública en la U.A.M. Francisco Hernández García (U.A.T.)