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Los alemanes también lloran

Por: Ambrocio López El Día Jueves 06 de Abril del 2017 a las 17:38

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En el recorrido por la Costa Brava de Cataluña pude ver muchos pueblos, playas y montañas cuya belleza explica en parte el hecho de que España sea una potencia turística de clase mundial donde rusos, finlandeses, suecos, holandeses, belgas, austriacos, franceses y alemanes tienen verdaderos paraísos soleados para vacacionar, principalmente en el verano, aunque hay lugares con condiciones propicias también en la primavera y el otoño.

No he regresado a Sant Feliu de Guixols desde el verano de 1990 pero aún recuerdo extasiado los amaneceres en la playa, la tranquilidad de sus calles a cualquier hora del día o de la noche, sus personajes pero, sobre todo, los espectáculos que pude presenciar en distintos foros del pueblo catalán y sus alrededores donde hay poblaciones tan antiguas como Gerona, sede de muchos monumentos entre los que destacan los baños turcos (árabes) y el barrio judío donde no había calles porque todas las viviendas estaban comunicadas para poder huir a cualquier hora.

La siguiente parada fue en Ripollet, municipio conurbado con Barcelona, donde el grupo de tamaulipecos que representaba a México en aquel festival, se “hospedó” en un gimnasio donde pusieron catres y colchonetas; creo que fue ahí donde recuperé parte del sueño que me faltaba porque, a pesar de las incomodidades, descansé bastante; para el aseo diario usábamos los baños y las regaderas de los deportistas, pero los alimentos se nos ofrecían en el mercado local cuyos establecimientos de comida para pobres me recordaban a los muchos mercados de mi patria donde he probado alimentos exquisitos.

Cabe mencionar que el ayuntamiento de Ripollet patrocinaba parte del Festival de la Costa Brava y esa era la razón por la que el pueblo se incluyó en el recorrido ya que estaban programadas presentaciones en la alcaldía, en alguna plaza y en una cárcel modelo donde había reos de alta peligrosidad que, se suponía entonces, serían rehabilitados mediante actividades artísticas y culturales.

Entre los artistas mexicanos estaban los integrantes del mejor grupo teatral de Tamaulipas, de la década de los noventa del siglo pasado, quienes compartieron escenarios con grupos fogueados de países europeos y asiáticos entre los que destacaba la compañía teatral de la República Democrática Alemana (RDA), cuyos miembros viajaron desde Berlín Oriental a España a bordo de una combi, gracias al patrocinio del Partido Socialista Unificado de Alemania (PSUA).

Desayunábamos en el mercado municipal de Ripollet, precisamente con los actores de Alemania del Este, cuando uno de los organizadores nos leyó una nota periodística donde se anunciaba el acuerdo para la reunificación alemana lo que provocó distintas emociones ya que españoles y mexicanos soltamos exclamaciones de alegría porque nos sentíamos parte de un hecho histórico, sin embargo, los jóvenes germanos se veían tristes, deprimidos, desalentados.

Muchas veces en mi vida he actuado movido por impulsos voluntariosos, por entusiasmo o por supuesta solidaridad, así que me puse de pie, levanté mi copa de vino rosado (no podía beber cerveza porque era muy temprano) y pronuncié un brindis por la reunificación de las dos alemanias, pero cuando me dirigí hacia el director del grupo germano para darle un sincero abrazo, me correspondió con desgano y, ante mi sorpresa, estalló en llanto y contagió a sus compañeros quienes se estaban aguantando mientras escuchaban mi imprudente felicitación.

Los alemanes también lloran, me dije mientras escuchaba a Matthias decir entre sollozos: “he vivido en el socialismo desde que nací, fui a escuelas socialistas, fui educado en la solidaridad del comunismo, fui pionero, siempre hago trabajo voluntario, soy un artista formado en la RDA; con la reunificación no sé qué pasará con el apoyo a la cultura; salimos de nuestro país con pasaporte de una nación socialista y cuando regresemos todo aquello será parte del capitalismo”.

Me llevó tiempo digerir la escena de un grupo de jóvenes artistas alemanes llorando en un mercado municipal por la desaparición de su patria socialista, pero en aquel momento debíamos seguir con el espectáculo de nuestras respectivas vidas así que nos preparamos mentalmente para asistir a una obra de teatro en el auditorio de una penitenciaría de Cataluña siempre acompañados de Roque y su asistenta a la que regañaba a cualquier hora, con motivo o sin él.

Antes de la representación teatral los reporteros tuvimos oportunidad de charlar con un par de presos y recuerdo que a uno de ellos, quien estaba ahí por asalto a mano armada, le pregunté que si estaba convencido de rehabilitarse para portarse bien al concluir su condena y me contestó: “yo estoy por salir de la cárcel, me he portado bien aquí, cumplo con las reglas, colaboro con las autoridades en el proyecto de prisión modelo, esa es la razón por la que fui seleccionado para ser entrevistado, pero quiero decirte que, si cuando salga paso mucho tiempo sin empleo, volveré a robar porque tengo que llevar comida a mi familia”.

En la pieza teatral había algunas escenas eróticas y fue impresionante el silencio de los internos al observar a las actrices con poca ropa, pero igual de impactante fue cuando ocurría algo que significara transgresión a las leyes españolas, ellos gritaban en coro el tiempo de cárcel al que se hacía merecedor el infractor; pese a la aparente tranquilidad de los presos seleccionados para ver la obra, tanto Roque, su asistenta y los guardias penitenciarios se mostraban nerviosos.

Aprovechando que estábamos en la periferia de la capital catalana, en las tardes iba junto con otros compañeros a Barcelona y la excursión comenzaba en el Metro cuyos vagones, en aquella época, apestaban a tabaco, sudor y frituras; luego recorríamos las ramblas caminando con la boca abierta por la cantidad de espectáculos callejeros que se ofrecían a cambio de alguna moneda; ya al final de la tarde regresábamos a Ripollet para cenar en el mercado municipal, caminar un poco en los alrededores y a dormir en el gimnasio.

Abandonamos la Costa Brava a bordo de un incómodo autobús que nos llevaría de Barcelona a Altea (Alicante) donde los artistas tamaulipecos mostrarían su talento escénico; el viaje fue largo pero ayudó al ánimo la presencia permanente del Mediterráneo y la comida en Valencia donde, debo decirlo, hice otro comentario impertinente pues, cuando sirvieron y probé la paella, exclamé en forma espontánea: “está sabrosa pero no le llega a la que sirven en La Tasca (en Tampico) donde cocinan una versión que incluye jaiba”.

Ya en el pueblo alicantino conocimos a Ximo, un promotor cultural bastante informado y excelente conversador quien, de entrada nos contó una anécdota memorable: “cuando el poeta Rafael Alberti pasó por aquí huyendo de las tropas franquistas, acompañado de su esposa embarazada, tuvo que hacer un alto porque la señora parió una hija y, cuando los camaradas le preguntaron cuál sería el nombre de la recién nacida, el legendario escritor respondió: si a pesar de la guerra, mi pequeña pudo nacer bien aquí, en Altea, por justicia su nombre será Altea”.

Pese a ser vecino de Benidorm, centro vacacional de la llamada Costa Blanca donde hay cientos de discotecas para el gran turismo, el pueblo de Altea se aferraba a las tradiciones y no permitía en su territorio establecimientos ruidosos, además, tal vez por el hecho de que Alberti le haya puesto el nombre a una de sus hijas, había una inclinación notable de los lugareños por los temas literarios.

Para despedirnos de Altea, Ximo y sus camaradas teatreros ofrecieron una espléndida cena en uno de los mejores restaurantes del pueblo a donde fueron invitados los grupos que habían extendido el recorrido hacia la Costa Blanca del Mediterráneo, pero esa noche los mexicanos fuimos los consentidos de los anfitriones porque, aun no llevaban el platillo principal cuando, en la televisión española, se dio la noticia de que el poeta Octavio Paz había ganado el premio Nobel de Literatura, honrando a las letras mexicanas e iberoamericanas.

Periodistas y artistas nos felicitaban, nos abrazaban y nos hacían preguntas sobre nuestro ilustre paisano que había ganado el máximo premio literario y fue cuando, en uno de mis frecuentes ataques de impertinencia, dije que el escritor era bueno, pero estaba al servicio de las élites y del monopolio televisivo; yo sé que Dios todo perdona, pero desde 1990 yo le sigo pidiendo perdón a Octavio Paz.

Correo: amlogtz@gmail.com

Ambrocio López Gutiérrez

Periodista y Sociólogo.
Columnista en diversos medios  electrónicos e impresos.
Redactor en el equipo de Prensa de la UAT.
Profesor de horario libre en la UAM de  Ciencias, Educación y Humanidades.

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