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Una semana en Sant Feliu

Por: Ambrocio López El Día Viernes 31 de Marzo del 2017 a las 18:18

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El ejercicio periodístico nos hace testigos y/o partícipes de muchas calamidades, sin embargo, hay momentos de felicidad que se conservan a través de las décadas y que nos convencen de que ha valido la pena apostarle a esta actividad; espero que, por narrar algunas experiencias disfrutables, no se me compare con el experimentado columnista que, con una copa de coñac en una mano y un habano en la otra, decía: “es muy sufrida esta profesión del periodismo; uno tiene muchos problemas, reclamos y sinsabores”.

Presumiendo de buena memoria compartiré con ustedes uno de mis primeros viajes al viejo continente ya que, invitado por un destacado grupo artístico, fui con dos comunicadores más al Festival Cultural Internacional de la Costa Brava, en Cataluña (España) y, aunque los gastos de avión fueron cubiertos por el supremo gobierno y el hospedaje y alimentación corrió a cargo de los anfitriones, tuve el privilegio de que se me asignara la fabulosa cantidad de 300 dólares por concepto de viáticos, a pesar de la resistencia del contador Arriaga.

Faltando pocos días para el viaje al otro lado del Atlántico, el responsable de los dineros en El Diario me dijo que no me daría ni un centavo porque a los periodistas “se les paga todo por parte de las autoridades”, sin embargo, tuvo que ceder porque Don Juan, un intelectual de los de antes, dirigía el periódico y conminó al contador a que cumpliera con su deber y, a manera de consolación, le prometí traerle algún recuerdo, compromiso que cumplí generosamente ya que le traje unas monedas con la imagen del general Francisco Franco pues, aunque comenzaba la última década del siglo XX, el franquismo gozaba aun de cierto prestigio, aunque ya la imagen del Rey Juan Carlos comenzaba a desplazar al dictador.

Viajamos en democrático autobús de Ciudad Victoria a la capital de la república; de ahí abordamos una nave de Mexicana de Aviación hacia Nueva York donde estuvimos varias horas impresionados por la cantidad de negros de ambos sexos que laboraban en el aeropuerto John F Kennedy; luego abordamos el avión de TWA donde seguí asombrado por la edad de las azafatas ya que la mayoría pasaba de los 50 años contrastando con la imagen de otras líneas cuyas aeromozas parecen modelos, pero a mi regreso a la patria alguien me informó que aquella empresa gringa no podía despedir fácilmente a su personal porque tenían una fuerte organización sindical para proteger sus derechos.

Cuando pisé el suelo de la península ibérica me emocioné tanto que no tuve empacho en ayudar a las damas del grupo con sus maletas pues como eran artistas, llevaban ropa para varias semanas que duraría el viaje, además del vestuario de los personajes que caracterizarían en los escenarios, de tal suerte que del aeropuerto de Barajas nos fuimos a la estación de trenes donde tomamos el Talgo (rápido) hacia Barcelona donde ya nos esperaba un autobús rentado por los organizadores para viajar a Sant Feliu de Guixols, población de poco más de 15 mil habitantes que sería una de las sedes principales de la actividad del grupo tamaulipeco.

Sant Feliu fue nuestro hogar durante una semana durante la cual disfrutamos de espectáculos fascinantes durante el festival, especialmente las puestas en escena ya que, a pesar de que las piezas teatrales eran en distintos idiomas, se entendía la trama y recuerdo con alegría a los actores holandeses que representaron La Casa de Bernarda Alba, del español Federico García Lorca y los belgas que interpretaron Matrimonio abierto, del italiano Darío Fo; también fueron memorables las fiestas nocturnas que se armaban después de las funciones; eran tantas que tenías que ser selectivo o salir huyendo para ir a cafés y bares del pueblo.

En uno de esos festejos celebrado en el Club Náutico se nos impuso a los asistentes la difícil tarea de cantar y/o bailar algún tema representativo de nuestro país pero, aunque ya no me acuerdo de lo que hicimos los tamaulipecos que representábamos a México, tengo muy presente a un matrimonio nórdico porque marido y mujer se pusieron “hasta atrás” y, cada vez que terminaba una canción o bailable, ambos eran los primeros en gritar hurras y vivas en su dialecto europeo; era tanta la confusión aumentada por el consumo de bebida etílica que no supe en qué momento, con qué motivo, ella me abrazó muy fuerte, en presencia del esposo y me plantó un beso alcoholizado en la boca, provocando que mis paisanos y varios extranjeros se burlaran por mi cara de azoro o de susto y seguían haciendo bromas cuando les pregunté la razón de la sonora muestra de afecto de aquella dama; ellos me respondieron con hilaridad: “es que le impresionó tu rostro indígena”.

Una noche, después de la fiesta colectiva, los periodistas fuimos invitados a conocer algunas bodegas de vinos catalanes y allá vamos probando tinto, blanco, rosado que sacaban directamente de las barricas resguardadas estratégicamente en los subterráneos de los establecimientos; tengo que reconocer que, luego de estar en más de cinco lugares, ya iba medio mareado; listo para seguir mi recorrido cultural y turístico en un pueblo que casi no dormía durante el festival ya que la discoteca Palm Beach y el bar El Corsario se mantenían abiertos para los cientos de visitantes sedientos de tragos y diversión que se encontraban al alcance de la mano y en un escenario de lujo ya que, en la disco se escuchaba excelente música moderna bailable, servían sabrosas bebidas que bebías mientras las olas del Mediterráneo chocaban en las escaleras, salpicando a los trasnochadores; en el bar se podía tomar también café o té mientras se charlaba con marineros o con el dueño a quien apodaban El Lobo de Mar porque durante años se dedicó a llevar auxilio mecánico a las embarcaciones de pescadores.

Una de esas noches de festival, luego de convivir con artistas y periodistas en una cena ofrecida por el ayuntamiento de Sant Feliu, decidí no tomar vino (ni el rosado que tanto me gustaba) y compré un paquete de cervezas para tomarlas en la playa mientras observaba las estrellas al final del Mare Nostrum; disfruté tanto del espectáculo que me quedé dormido en la arena sin acabarme los botes de Estrella hasta que me desperté un el cuarto del hotel Turist que compartía con un afamado reportero fronterizo y, cuidando mi maltrecha reputación, preferí preguntarle a Don Salvador, administrador de la hospedería, qué había pasado y él me contestó con sonrisa bonachona: “usted andaba muy cansado, probó el efecto de nuestras cervezas que tienen más alcohol que las americanas, se cansó en la playa y una patrulla de la policía municipal vio su credencial y lo trajo a descansar”.

Pero no crean que ahí terminaron las humillaciones para un servidor; la pesadilla siguió en El Corsario, a donde acudí por una bebida rehidratante; mientras la consumía se acercaron dos uniformados que me saludaron por mi nombre de pila y deduje que ellos me habían llevado al Turist, así que les di las más cumplidas gracias y como buen mexicano los invité a tomar algo pero se negaron en forma educada: “andamos de servicio y tenemos que estar sobrios por si algún visitante necesita ser transportado a su hotel” y salieron del bar muy campantes y sonrientes a cumplir su trabajo como guardianes de Sant Feliu.

En algunas trasnochadas en el pueblo catalán y sus alrededores nos acompañó Luis quien era empleado de la empresa que administra el agua y el alcantarillado; nos servía de chofer y traductor ante periodistas y artistas de países que no hablaban español; él hablaba inglés y francés; era un intérprete muy peculiar porque cuando “hablamos” con un grupo de finlandeses y les preguntamos cómo era la vida de los jóvenes en aquel país, ellos respondieron pero el joven español se negaba a traducir; luego de unos minutos de resistencia se animó y exclamó escandalizado; ellos dicen que la mayoría de los jóvenes se dedican allá a tener sexo, bailar y emborracharse todos los fines de semana”.

Precisamente con Luis fuimos a visitar un faro donde el anfitrión se ofreció a hacernos algo mexicano para cenar y, ya en la madrugada, nos sirvió en platos desechables unos huevos fritos revueltos con papas que nos supieron a gloria y nos dieron fuerzas para resistir hasta poco antes del amanecer y disfrutar de un espectáculo sin igual: decenas de barcas de pescadores, con sus linternas encendidas, haciéndose a la mar, mientras nosotros dábamos cuenta de las últimas cervezas de ayer para irnos a dormir un rato a nuestro respectivo hotel y estar en condiciones de asistir al festival a partir de las tres de la tarde.

Un personaje importante en el festival de la Costa Brava era el Coronel Dominique quien lo mismo estaba en las mesas de honor, en los camerinos de los artistas o en las veladas nocturnas con actores y reporteros hablando generalmente de actividades políticas y/o diplomáticas; en ocasiones aparecía con casaca militar cuajada de medallas y la cuartelera bajo el brazo; tenía el cargo de Representante Permanente del Principado de Mónaco en los Festivales Culturales Internacionales (que se celebraran en cualquier parte del mundo); se decía que era homosexual porque convivía mucho con galanes jóvenes y abonaba la versión porque, cuando veía a dos hombres juntos, se acercaba para decirles en forma muy discreta que, en caso de necesidad, les podía facilitar su suite.

Por hacer conversación, un día le pregunté al Coronel Dominique por las princesas de Mónaco (Carolina y Estefanía) y contestó con mirada pícara: “¿quieres que hable de la puta o de la más puta?” para luego estallar en carcajadas, pero cuando se calmó nos hizo una síntesis seria de la vida de la nobleza del principado y de sus recuerdos de Grace Kelly, la actriz norteamericana, madre de las aludidas y del actual príncipe del protectorado francés.

Una semana es muy poco tiempo pero, antes de partir hacia otros lugares de España, hubo quienes tuvieron tiempo para algo más que trabajar, pasear y emborracharse; como en todos los viajes memorables deben haberse dado algunas historias de amor pero sólo hablaré de una en la que participaron una chica de Sant Feliu cuyo padre era propietario de una cafetería y un actor mexicano, de Tampico; se enamoraron desde que se encontraron la primera vez en la costa mediterránea, se hicieron promesas hasta de matrimonio; los demás seguimos nuestro espectáculo en Barcelona pero esa será otra historia.

Correo: amlogtz@gmail.com

Ambrocio López Gutiérrez

Periodista y Sociólogo.
Columnista en diversos medios  electrónicos e impresos.
Redactor en el equipo de Prensa de la UAT.
Profesor de horario libre en la UAM de  Ciencias, Educación y Humanidades.

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