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Trump… ¿Cuál es el diagnóstico?

Por: Alberto Rivera El Día Lunes 23 de Enero del 2017 a las 08:05

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Hipócrates de Cos, médico de la antigua Grecia considerado como el padre de la medicina, señalaba que en el cuerpo humano circulaban fluidos a los que denominaba humores. La carencia, exceso o desequilibrio de estos humores provocaban la aparición de enfermedades y cambios en la personalidad del individuo. Por supuesto la teoría de los Cuatro Humores se encuentra totalmente superada, pero su influencia llegó a ser tan grande que a la fecha, cuando una persona está molesta o enojada, aún decimos que está de mal humor.

En los últimos días hemos escuchado de manera constante la voz de diversos analistas políticos que detallan desde su óptica la situación social que atraviesa el país, refiriéndose  a ella como “un mal humor social”. Diagnosticar la situación bajo estos términos minimiza y evita reconocer la gravedad social, al hacer a un lado las variables que detonan dicho malestar. El diagnóstico conceptual y no descriptivo de la situación, desenfoca la atención de la  política  social o estrategia gubernamental que debe implementarse para solucionar el problema.

Este mal humor social no es algo circunstancial o fortuito que haya surgido del imaginario popular sin una razón aparente, sino todo lo contrario. Algo que resulta impresionante y a la vez provocador,  es la incompetencia de los gobiernos de este país sin importar la ideología ni el color, para reconocer su responsabilidad en el origen de las variables que provocan no un mal humor social, como se ha llamado de manera insustancial, sino en niveles graves de enfado que rayan en el estallido social en algunos estados y que se manifiestan en la grave crisis de seguridad del país.

Recordemos algunos datos que se dieron en el año próximo pasado. De manera suspicaz al INEGI se le olvida como medir la pobreza y modifica la definición de pobreza y borra de la lista a millones de pobres del país. Sin embargo, gracias a los datos del CONEVAL, organismo expresó su divergencia con el INEGI, fue posible percibir que la pobreza va en constante aumento y del 2010 al 2014 pasamos de 46.1 millones de pobres a 55.3 millones de una población de 119 millones de habitantes, donde prácticamente la mitad del país vive en pobreza y 33 millones de habitantes más están en situación de vulnerabilidad social, lo que podría elevar los niveles de pobreza rápidamente.

La población que posee un ingreso inferior a la línea de bienestar se eleva a 63.8 millones de personas y las personas sin acceso a seguridad social es de 70 millones de personas. Adhiramos la resistencia a elevar los salarios para mantener la “competitividad” del país y no proyectar la inflación, lo que significa que es posible pagar barato el trabajo, lo que  ha llevado a una pérdida del 77.79% del poder adquisitivo de 1987 a 2014, de tal forma que tener un empleo formal casi equivale a tener un trabajo en niveles de explotación, de hecho la mayoría de la población económicamente activa tiene jornadas de trabajo de 45 horas a la semana en promedio, sin que esto les permita mejorar su situación económica.

De los 49.6 millones de personas económicamente activas existe una desocupación y subocupación de 4.5 millones de personas y las personas ocupadas en el sector informal asciende al menos a 13 millones de personas con una tendencia que sigue en aumento.

Antes de la alternancia política en el año 2000, toda la responsabilidad de la acumulación del malestar social recaía directamente en el partido hegemónico, la alternancia permitió repartir esta responsabilidad con otros actores políticos, quitando de la luz a quien había sido hasta ese momento su máximo y único responsable.

Los excesos, la impunidad, la falta de acceso a la justicia, la falta de movilidad social, la desintegración familiar, la desintegración social, florecen en el campo de cultivo fértil de la pobreza y la marginación. La falta de efectividad de los gobiernos en turno en erradicar la pobreza y la falta de educación no es un problema de recursos, es que la pobreza es en sí misma un capital político que entrega votos a cambio de los programas sociales.

A una gran mayoría en nuestro país  le sorprendió el triunfo de Donald Trump en las pasadas elecciones: los votantes, hombres blancos, clase media baja y de baja escolaridad fueron su baluarte. La ignorancia, la pobreza y la falta de oportunidades podían explicar para muchos la credulidad de estos electores sobre las propuestas demagógicas de Trump.

En Estados Unidos donde la gente voto por Trump no sólo por ignorancia, no sólo por xenofobia, sino por cansancio, por hartazgo, por no darle luz verde a la continuidad de un sistema representado por Clinton. Curiosamente valdría la pena preguntarnos si en nuestro país no se ha llegado a ese nivel de cansancio, de malestar, de desorganización, que incluso las opciones más desesperadas siempre y cuando parezcan opciones comenzarán a ser elegidas, incluso por aquellos que hubieran preferido otra cosa, sin embargo, el peligro consiste en creer que ya no hay opciones.

Alberto Rivera

Construyo procesos de comunicación siendo y haciendo cosas diferentes, provocando emociones y moviendo conciencias hacia la participación social y política.

Ayudo a potenciar marcas de proyectos políticos y gubernamentales a través del descubrimiento de insights, arquetipos de marca y estrategias de comunicación política.

Soy consultor, catedrático y speaker en Estrategias de Campaña Política y de Gobierno. Director General de Visión Global Estrategias.

Soy originario de Tampico, Tamaulipas y cuento con una Maestría en Educación, Maestría en Política y Gobierno y Doctorado en Filosofía; además de tener diversas especializaciones en Comunicación Política, Consultoría Política e Imagen.

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