Reza aquella vieja y popular frase, sobre todo cobrando vigencia electorera –y no electoral-, cuando dentro de los cuadros de campaña se congregan personas que, lejos de ayudar, perjudican, y aplica a todos los grupos, partidos, institutos y entes que pretenden ganar la elección de junio próximo.
A la vuelta de las elecciones, cuando todo debiera ser, como en los torneos de fútbol, energía extraordinaria, aplicación superlativa en las acciones, pareciera que se olvidan que en un equipo para llevar al triunfo a alguien se requiere unidad y que cada quien haga lo suyo, conformados en un solo objetivo y objeto, sin sentirse como esos divinos y exclusivos a los que la gente no les merece.
Decía un periodista ayer, muy molesto, que debían entender esos que se sienten divinos que no son más que soldados de una causa, y se olvidan también que, como parte del equipo, si su candidato gana, ellos también ganan, y probablemente tendrían asegurado trabajo por tres o seis años, según sea el caso.
Pero, fieles a las costumbres de los que actualmente están en el poder, se llenan la boca diciendo que ellos deciden quien puede ver a su jefe y denostan a los más, en un alarde de prepotencia y altanería que les cobrará muy cara la factura este 5 de junio seguramente.
Pasa, por ejemplo, como en una de las áreas medulares de gobierno, en el tercer piso, donde una persona pretende erigirse como la que decide quien habla y quién no con su jefe, el cual, es muy allegado a quien manda en Tamaulipas; la mujer pretende decidir audiencias y acciones como si realmente fuera importante, cuando no significa más que una persona para hacer trámites, una oficinista con buen salario y muchas ínfulas, que no tiene más educación que la que le permite su compensación, olvidando que come de todos los que pagamos impuestos.
Ella hace que a su jefe se le repudie, cuando él es un individuo – o era, antes del cargo- lleno de sencillez y amabilidad, proveniente de una familia de personas amantes de servir a los demás, sencillas y con decencia. Según lo vemos con esta mujer, y lo que refleja de su jefe, se han convertido en esos prepotentes, mal educados e insoportables empleados que, seguramente, para cuando inicie la próxima administración estarán, unos, contando su dinero, y ella, como muchos otros, buscando trabajo de oficinista, porque no saben hacer más que eso.
Pero en campañas también se da, y es el caso que nos ocupa porque hemos sido muchos ciudadanos denostados por los que creen tener la razón en su mano y bolsillo, y porque deciden por el candidato a quien contestar y a quien ignorar.
Eso, candidatos, les resta muchos votos, considerando la animadversión que hay actualmente en la sociedad ante el hartazgo de muestras de un poder insultante, de un poco formalidad y decencia ciudadana.
Y eso cobra facturas muy elevadas en las votaciones.
Lo anterior muestra que en los equipos de campaña faltan los amigos verdaderos que le digan al candidato el daño que puede sufrir con este tipo de gente, los que le indiquen que si se acercan a los ciudadanos suman y mucho para su causa, y los que le puedan hacer ver que no son perfectos, y que sus asesores, lejos de hacer su trabajo, engrosan sus cuentas personales pensando que ya la tienen ganada. Difícil, muy difícil y muy delicado.
Del debate… ¡qué podemos decir! No hubo nada nuevo salvo el interés de ocho tamaulipecos por combatir la inseguridad, y los ataques de unos y otros que ya nos tienen cansados a los que votamos. La palabrería que a veces se refuerza con una vieja y apestosa escoba que huele a corrupción, o la falta de tino para emitir propuestas congruentes.
Nada bueno, nada nuevo, nada extraordinario.
Lo que sí queda claro es que tenemos que decidir en junio 5, y hay gente que hace más daño que beneficio en los equipos, y que hay candidatos que tienen una enorme cola que les pisen, y otros, que conocemos como “chaqueteros”, que no llenan con una causa y otra, y siguen ambicionando más, como la Peraza, por ejemplo, y los demás chapulines electorales.
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