No hablaremos de los “otros niños” que siempre son motivo de atención cuando hay festejos como el del presente 30 de abril, y que, por sus condiciones económicas y sociales son “nota”, pero dejan de ser punto de atención durante el año.
No concebimos que se atienda a la niñez el 30 de abril, cuando hay que pensarse sus guardianes durante 365 días en cada año que vivimos, ni más ni menos, es decir, el cuidado debe ser permanente.
No concebimos, tampoco, que una pelota haga la diferencia entre una criatura que no come todos los días o a sus horas con el resto de la población.
Esos otros niños, los que realmente merecen nuestra atención, son los que deben preocuparnos.
Los que leen en redes sociales el triste mundo que vivimos y que añoran ser delincuentes para estar llenos de dinero, mujeres, armas y poder, los que no quieren estudiar porque piensan que el dinero puede ganarse fácilmente.
No los niños de una colonia marginada por la sociedad y las autoridades, sino por aquellos que tenemos dentro cada uno de nosotros, el niño que nos permite recuperar un poco esa alegría que debiéramos llevar dentro y que debieran, por consecuencia, gobernar nuestra forma de vida.
El niño alegre y sencillo que no tiene más réplica que el que respeten su turno o que no se haga trampa para que todos podamos jugar bien; jugar a la política o a la economía, al mundial de fútbol o a la pelea de peleas de peso completo.
El niño que nos permite soñar despiertos en alcanzar nuestros sueños y convertirlos en realidades, sin dejar a un lado lo que implica: esfuerzo cotidiano y permanente para poder ser lo que queremos.
El niño que sabe que el estudio puede representar la diferencia entre unos y otros, el escalón que divide el éxito del fracaso, y que añora ser el triunfador de siempre en cada historieta que le toca vivir.
Pugnamos porque haya apoyos para esos niños que salen temprano de casa rumbo a la escuela sin más alimento que un “Dios te bendiga y te cuide” de mamá, y la panza vacía, las ilusiones lejanas, pero los cajones de sueños llenos hasta el tope de esperanza de ser los mejores para compartir con sus amigos todo lo que ellos quisieran ser.
Despertar a ese niño que sueña con naves interplanetarias desde los tiempos en que Julo Verne nos hizo soñar con su viaje al espacio, o las 20 mil leguas de viaje submarino que nos estremecieron al conocer las aventuras de sus protagonistas.
El niño, también, que sueña con que su equipo sea campeón mundial, o el que sabe disfrutar cada encuentro del deporte de su preferencia, y que quiere para nosotros, simplemente lo mejor.
El Día del Niño que debiera ser todos los días y alcanzar niveles de buena atención escolar, de salud y de infraestructura para ellos y sus familiares, para los que vivimos el día a día con una y mil peripecias para subsistir… y sobrevivir, ¡Por qué no decirlo!
Pensemos en el niño que somos cuando soñamos o cuando estamos de buen humor, y cuando queremos conseguir lo que deseamos., recordemos los chantajes a mamá o las veces que quisimos más de lo que realmente merecíamos y nos encontramos con un “no tengo dinero” o un “cuida los muebles que son los únicos que tenemos”.
Hoy, el crío tira y quita todo derecho a los demás.
Es importante ser niño, mucho más lo es el ostentarse como un millonario que hace medicina, peo no hay precio para entender que la felicidad no tiene coste y que nos pertenece a todos.
Luchemos por ella, y comportémonos como niños, que así es como se vive feliz.
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