Quito, Ecuador.- Cuando me dijeron que debía ir a la mitad del mundo, pensé que era la forma en que se conocía el sitio donde se encuentra el monumento que divide al planeta en dos: hemisferio norte y hemisferio sur. No es así.
Así se llama la pequeña ciudad creada hace pocos años, y que se ha convertido en uno de los sitios más visitados del Ecuador; a 40 kilómetros de Quito, se levanta la construcción que semeja una villa prehispánica, de las que existían antes de que la civilización y el progreso destrozaran las ciudades, pueblos y comunidades.
Llama mucho la atención la plaza principal que se cobre con un multicolor círculo de listones; al oriente, se yergue una réplica de la iglesia de la Compañía de Jesús, con un hermosísimo crucifijo y alegorías por doquier.
En la parte alta de la misma, se encuentra la campaña y hay oportunidad de hacer fotografías con vista a la imponente sierra.
El monumento a la “mitad del mundo” guarda dentro de sí un museo progresista e interactivo, que muestra, por una parte, los vestigios de una cultura muy pintoresca, y por otro lado, lo que ocurre con los fenómenos físicos relacionados con el Ecuador como el hecho de que uno pesa un kilogramo menos ahí que en casa, o que el agua corre por dos sentidos cuando se maneja en vueltas, y así, fenómenos que los ingenieros seguramente deben explicar con diligencia y prontitud.
Lo demás son comercios, restaurantes, servicios sanitarios en abundancia, información y lo más importante: la hospitalidad del pueblo ecuatoriano y la amabilidad de quienes venden de todo tipo de recuerdos.
En cierto momento pensamos en Teotihuacán, con la diferencia que en nuestra ciudad mexicana la gente busca la manera de hacernos gastar lo más que se pueda, es decir, el comerciante ante todo, para hacer dinero a costa del turista.
La gente de Ecuador es amable, muy amable, y pese a vivir con una economía que no entendemos –su moneda oficial es el dólar americano- viven contentos, o al menos, eso se les nota a quienes tienen contacto permanente con los turistas.
Las construcciones semejan casitas, y las callejuelas nos llevan a admirar las muchas obras escultóricas que contienen colibríes, ave que significa muchas cosas para ellos.
No puede uno alejarse sin adquirir algo para los familiares y amigos que dejo en México y Tamaulipas, pero verdaderamente impresiona la variedad de artículos. Se nota que hay una industria turística muy desarrollada; algo nos recordó a Tampico y un poco –muy poco- de lo que vemos en nuestro paraíso del Golfo de México.
Realmente vale la pena el viaje en bús hasta tan especial lugar que tiene a su lado el imponente palacio creado para las reuniones multinacionales de jefes de estado, y que se llama UNASUR.
Hay mucho que aprender de estos lugares, de esta gente; lo más importante quizá es la maravillosa forma de ser que tienen para con los turistas.
Es entonces cuando entendemos que se justifique una carrera como la que ofrece la Universidad Autónoma de Tamaulipas, en la Unidad Académica de Derecho y Ciencias Sociales, porque se requiere preparar prestadores de servicios turísticos, para hoteles, restaurantes, empresas más grandes, pero también que incursionen en la industria de los recuerdos, souvenirs y el ensalzar nuestras raíces y lo que nos identifica de otros pueblos.
Es importante, muy importante, tener algo que ofrecer a los turistas que nos visiten, y Ecuador nos ha mostrado que cuando se quiere, se puede hacer mucho, y los resultados deben ser tan buenos como el día que disfrutamos en Mitad del Mundo, donde, con una flor en la mano, esperamos a la otra mitad del mundo, que añora esa misma flor en la mano, dijera Facundo Cabral.
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