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Sección: Editoriales / Anecdotario

CANOA 47 años después

Por: Javier Rosales 22/10/2015 | Actualizada a las 11:51h
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No sé por dónde empezar, porque se trata de un hecho que indigna, que sacude, que da vergüenza y que le aporta el valor exacto a cada letra de la palabra retrógrada.

Y es que a 47 años de distancia es algo que hoy se repite, que da muestra de que el México salvaje, no se ha ido.

Este país lastimado por el odio, por la impotencia, por la improvisación, por la impunidad y por la desconfianza.

Ya transcurrieron 47 años de aquel hecho sangriento que estremeció al México de los sesenta, así es, también en Puebla, donde el fanatismo religioso cobro la vida de tres jóvenes trabajadores de la universidad, cuya única ilusión era escalar el volcán “La Malinche” y que fueron confundidos con comunistas por un sacerdote, quien tal vez nunca más durmió tranquilo por sus remordimientos de conciencia.

Fue el párroco de San Miguel Canoa, Puebla, Enrique Meza, quien proclive al chisme hizo accionar los altavoces del lugar para azuzar a los ignorantes pobladores sobre la presencia de los supuestos comunistas, tres de los cuales fueron masacrados, decapitados, cercenados y ultimados a golpes por una turba alcoholizada que no entendía razones.

El delito de los tres jóvenes aniquilados fue el negarse a pagar unos refrescos y un pan en el tendajo de enfrente de la parroquia, lo que fue suficiente para que el párroco les echara el pueblo encima bajo el argumento de que pretendían izar una bandera rojinegra en la puerta del templo.

Eso sucedió el 14 de septiembre de 1968 cuando aún estaba fresco el caso de la matanza de Tlatelolco, un hecho en el que fueron linchados Ramón, Julián, Miguel, Jesús y Roberto. De ellos solo dos se salvaron, pero su vida quedo marcada para siempre.

En el linchamiento participaron más de 200 indígenas poblanos, pero solo se liberaron 18 órdenes de aprehensión y solo seis fueron condenados, entre los que, por supuesto, no figuro el religioso.

Hoy en día nuestro México no es distinto y otro caso vuelve a manchar de sangre el nombre de Puebla, donde como prehistóricos cavernícolas una multitud asesinó de similar manera a la de Canoa a dos encuestadores que solo se ganaban bien la vida y que por obra y gracia de una niña fueron confundidos con secuestradores.

Ello acaba de suceder en Ajalpan, donde la sangre de los hermanos Copado Molina pinto de rojo los ladrillos de la plaza principal, uno de ellos padre de unos gemelos de apenas dos años de edad.

Muy semejante a Canoa, una película a la que le dio vida el cineasta Felipe Cazals en 1975 por el salvajismo y por la ignorancia, dos características de un país donde se antoja imposible que en algunos lugares se desintegre con acido las costumbres cavernícolas.

Ser encuestador no es un trabajo sencillo, ya lo probé en una etapa de mi vida en el Distrito Federal, donde hice sondeos para la CONASUPO para lograr sobrevivir, un trabajo en el que se enfrenta uno al desprecio, a la descortesía, a la apatía, pero al fin y al cabo una dura labor que permitía llevar unos cuantos pesos a casa.

Eso, no da vergüenza, por el contrario invita a la reflexión, a meditar sobre el peligro que siempre está latente cuando no se tiene otra opción más que la de convertirse en un modesto encuestador.

Lo que, vergüenza si da, es que el caso de Ajalpan quede en el olvido como sucedió con Canoa, donde la autoridad significó un cero a la izquierda.

Lo delicado es que sorprende despertarse y admirarse cada día.

De lo que sucede en este México nuestro.

Aun, tan silvestre.

Correo electrónico: tecnico.lobo1@gmail.com

Javier Rosales

Columnista en Tamaulipas. Su columna Anecdotario es publicada en diversos medios de comunicación.
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