De las diversas lecturas que derivan de la jornada electoral de este 7 de junio, se puede señalar con contundencia una realidad que resulta incómoda para institutos políticos, candidatos y dirigentes: la mayor parte de los mexicanos está literalmente hasta la madre de nuestro sistema de partidos.
¿Cómo explicar que la mitad de los potenciales electores haya dado la espalda a un proceso electoral en el que se invirtieron millones de pesos, se desplegó una inusual oferta de diez partidos políticos con registro y se saturó hasta el vómito con propaganda electoral el espectro radiofónico y televisivo?
¿Cómo entender el elevado abstencionismo, sobre todo entre los jóvenes, si en el internet y las redes sociales se escenificó una auténtica orgía de imágenes, textos y contenidos relacionados con los partidos, los candidatos y las campañas políticas?
En números redondos, el 53 por ciento de los mexicanos con credencial para votar se negó, por acción u omisión, a participar en los comicios. Con su 29.1 por ciento de preferencia mayoritaria, el PRI se refrendó como el Rey de las Migajas, ganador de la contienda, el tuerto hegemónico de la República de Ciegos.
Claro que la victoria sabe a gloria a los priistas. Sobre todo en un sexenio en el que la figura presidencial se vio degradada a su mínima expresión y credibilidad en tiempo récord. La marca más difícil de vender refrendó su efectividad a pesar de los funestos presagios en su contra.
Ninguna de las fuerzas políticas mayoritarias puede cantar victoria.
El PAN resurgió de los sótanos electorales donde fue confinado por la desastrosa candidatura de Josefina Vázquez Mota, pero enfrenta una de sus más agudas crisis internas. Nada quedó de los disciplinados blanquiazules que lavaban en casa sus trapos sucios; los neopanistas exhiben sin misericordia sus odios y miserias internas.
El PRD asume como triunfo el haber alcanzado la tercera posición legislativa, pero de igual manera, enfrenta su desmoronamiento interno. Incluso en el Distrito Federal, su principal bastión, sufrió una severa merma de espacios.
La primera incursión electoral de MORENA, la franquicia electorera de Andrés Manuel López Obrador, tampoco fue para echar campanas al vuelo. A pesar de las bravatas de su mesías y líder moral, el naciente partido apenas alcanzó poco más del 8 por ciento de las preferencias. Lo suficiente para seguir enchufado a la ubre de las prerrogativas oficiales, pero muy por debajo de sus expectativas.
Resulta paradójico, pero el único ganador de esta elección, en el terreno pragmático, fue probablemente el Partido Verde Ecologista. A pesar de sus excesos, de las escandalosas multas en su contra y de la andanada mediática de la que fue objeto, el partido del tucán terminará por echarse a la bolsa media docena de curules más en la próxima legislatura. Claro que el costo político en su credibilidad ha sido de enormes proporciones ... Pero en política, ese se puede considerar un daño controlable.
Fuera del ámbito de la elección legislativa, el triunfo de Jorge Rodríguez Calderón, "El Bronco" en la gubernatura de Nuevo León , y del ex futbolista Cuauhtémoc Blanco en la alcaldía de Cuernavaca, han puesto en evidencia que los electores están dispuestos a correr riesgos, con tal de castigar a los partidos de siempre. Equivocarse es lo de menos, el repudio va por delante...
Claro que los vividores y aplaudidores de la partidocracia argumentarán una vez más el sobado sonsonete de que las elecciones intermedias "son regularmente frías", pero entonces... ¿Por qué no pensar en un nuevo modelo de democracia representativa, sin hipocresías, con verdadera competencia, sin derroches ofensivos de recursos que podrían costear causas más productivas? ¿Acaso los mexicanos somos tan mediocres que nos tenemos que seguir conformando con partidos basura, candidatos basura y campañas basura a precio de oro? ¿Acaso estaremos condenados para toda la eternidad a este penoso y costosísimo circo electoral?
¡Hagamos algo, carajo!
DE BOTEPRONTO: Para documentar los hechos, se recomienda a los "campañólogos" tomar nota:
-Las despensas, becas, zapatos y baratijas clientelares ya no garantizan votos.
-Se puede improvisar una campaña, pero no a un candidato.
-El masivo reparto de artículos utilitarios no llena las urnas. Los conciertos masivos tampoco.
-Los electores repudian la grosera intromisión de alcaldes y gobernadores en las contiendas.
-Un candidato que rehúye al debate, está condenado al fracaso. Ganar un debate no garantiza el triunfo, pero sí mejora la imagen.
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