Sin menoscabo de cuáles sean los resultados de la elección intermedia del presente año, el Presidente Peña Nieto iniciará la segunda mitad de su mandato cuesta arriba.
Ciertamente, la posibilidad de que el PRI amarre una cómoda mayoría en el Poder Legislativo Federal representará un blindaje tan ansiado como necesario para una administración que ha transitado en tiempo récord de la expectativa al descrédito.
No obstante, queda claro que después del proceso electoral seguirán abiertos muchos flancos en la agenda del gobierno federal. No importa cuánto se esmeren las distintas secretarías del despacho federal en tratar de contender los ataques de sus críticos; siempre habrá algún individuo o grupo dispuesto a encender el fósforo ante cualquier barril de pólvora sembrado en el camino: Ayotzinapa, Casa Blanca, el uso indebido de algún helicóptero, avión o reciento oficial, y cientos de etcéteras.
Para muchos sigue siendo una incógnita por qué el equipo presidencial no ha desplegado una “gran estrategia” de respuesta a los obuses de sus críticas; es más, a cualquier intento de sobreponerse a las crisis, brota de inmediato un nuevo escándalo, como si se tratase de un mítico monstruo de mil cabezas.
¿Realmente a alguien le convendría que el Presidente Peña Nieto sea depuesto de su cargo?
¿En quién recaería la responsabilidad de nombrar a un nuevo mandatario?
¿Cuál sería el costo político de un episodio de esa naturaleza? ¿Cómo reaccionarían los mercados bursátiles ante dicha situación?
¿Quién de los actores de la desgastada baraja política nacional tendría el liderazgo necesario para sacar a flote un gobierno interino, una especie de “gobierno de reconciliación”? ¿Bajo qué criterio se podría confirmar un gabinete federal en tales circunstancias?
No es la idea montar una defensa a ultranza del actual gobierno federal (no somos partidarios de las causas perdidas), pero, ¿y si realmente el fondo de todo esto sea que resulta más conveniente para algunos que el Presidente y su gobierno se sigan desgastando?
¿Quién se beneficia de una figura presidencial débil?
Falta todavía mucho para las elecciones de 2018. ¿A poco no suena como un platillo apetecible para los muchos frentes opositores tener una piñata a la cual seguir golpeando a placer hasta la próxima justa electoral?
¿Al propio PRI no le resultará más rentable entrar “al rescate” de su presidente en la segunda mitad del sexenio, con una estrategia que le permita capitalizar dicho repunte en la siguiente elección presidencial?
¿A la oposición no le resultará más cómodo tener a quién culpar de las tragedias del país que proponer soluciones? Le pongo un ejemplo tan directo como incómodo: ¿acaso algún partido, legislatura gobierno local está haciendo algo para evitar una tragedia como la de Ayotzinapa?
Tal vez suena demasiado perverso, pero todo parece indicar que existen grupos y personas interesados en que el Presidente siga jugando el papel de piñata de aquí al 2018. Y lo peor de todo: que desde Los Pinos poco o nada se está haciendo para evitarlo. ¿Usted qué opina?
DE BOTEPRONTO: Está interesante el tono que están tomando las campañas. Se acerca la recta final y a todos los candidatos de todos los partidos ya se les agotaron las ideas, están repitiendo al derecho al revés los mismos discursos. Incluso las mismas fotos…
Paciencia, mis queridos integrantes del Club de las Cabecitas Calientes… ya falta menos…
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