El término, peyorativo por donde se le vea, se emplea siempre para aquellos empleados que no tienen más iniciativa que la obediencia, y cuyo criterio está supeditado a un “como ordene”, o “me dijeron que así era”, sin más empleo de materia gris, signo de inteligencia o reflejo humano siquiera.
Son, entre muchas otras cosas, la perdición de figuras de la política y la administración pública en todos sus niveles: ellos, que tienen una desarrollada habilidad para meterse donde hay dinero, a base de intrigas, chismes, comentarios y sumisiones, son expertos en el arte de adular, y por lo general son contratados por quienes gustan de ser adulados. Entonces, se presenta la mancuerna perfecta de una persona que tiene baja autoestima y contrata a un adulador profesional, haciéndolo asesor, secretario, secretario particular, asistente o como le quiera usted llamar. La verdad, es que incomodan mucho porque, a falta de inteligencia y criterio, desconocedores de las relaciones personales y profesionales de sus jefes en un gran porcentaje, gustan de ser entonces las figuras para todo.
Niegan llamadas, “conceden” audiencias a quien suponen que deben hacerlo y eso acarrea muchos problemas a los que dan la cara en la administración o en el ámbito político correspondiente.
Qué difícil es, sin duda alguna, llegar a tratar con estos personajes, por lo general, escasos de cultura y entendimiento, de sentido común y educación, que se crecen cuando les es conferida una oficina como nunca habían soñado: ¡con teléfono y secretaria!
Para los canchanchanes eso es realmente mucho en la vida, y con eso llenan… y se marean a grado tal que desconocen a algunos amigos y compañeros de toda la vida, incluyendo en ese paquete a los del jefe en cuestión.
No tienen dignidad muy positiva, porque se dejan pisotear: son efectivos cuando hay que maldecir a alguien o decirle que por pen… no salieron las cosas. Ellos aguantan de eso y más, a cambio de su trabajito y so modesta compensación, en la que viene incluido el cargo por insultos y humillaciones.
Pero la otra cara, la que dan a los ciudadanos que acudimos por alguna razón determinada es la que cuenta, y desgraciadamente es la más difícil de aprender y llevar a la práctica.
Algunos compañeros periodistas se quejan de recibir mal trato de algunos de estos personajes; ciudadanos que acuden a hacer trámites se enojan por la forma en que se les maneja, como si no importaran, y los supuestos servidores públicos se olvidan que son precisamente eso, y que el Estado paga su salario para que sirvan a los ciudadanos.
Pero bloquean contactos y llamadas, autorizan o no las audiencias, haciendo creer que nos están regalando un amable y benevolente favor. No. Ellos son pagados para servir, y eso es lo que probablemente no han entendido.
Cada seis años se presenta el fenómeno de los nuevos canchanchanes, que ocupan cargos de bajo nivel –porque no pueden aspirar a más, no tienen el talento para ello- y que estorban en el manejo de las relaciones de sus jefes, propiciando una mala imagen ante la opinión pública.
En la lista, hay muchos canchanchanes que se empeñan en hacernos batallar, enojarnos y hasta maldecir, porque no resuelven nada en su dependencia, y como no podemos pasar con el jefe, el asunto se tuerce de fea manea en ese punto neurálgico.
Simpáticos que se ven cuando portan un traje y su corbata, que nunca habían utilizado salvo cuando se casaron o hicieron su primera comunión, pero ellos se sienten importantes por la ropa que portan, y su calidad humana queda lejos, muy lejos de este mundo terrenal que, a juicio de ellos, no los merece, porque son tan importantes que hasta cierran la puerta y se dan el lujo de hacer esperar a la gente por horas, como si eso los hiciera mejores.
Esos canchanchanes se van de vacaciones; aproveche algún trámite cuando no estén ellos, porque entonces… todo cambiará de tiempo y formas.
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