No cabe duda que la fecha se presta para muchas reflexiones, sobre todo, cuando vivimos en nuestro país tiempos difíciles; el gobierno considera que hay movimientos que han surgido para desestabilizar el plan que han establecido durante el presente sexenio.
La inseguridad y otros factores como la crisis económica y más nos hacen pensar en aquel movimiento surgido de hombres ilustres, grandes mexicanos que ofrendaron su existencia en aras de que viviéramos mejores tiempos que los de antaño, donde la explotación y otros factores realmente deleznables privaban en las calles y casas de los mexicanos.
Pero hay quien piensa que necesitamos una revolución, sin embargo, cabría preguntarse ¿qué es una revolución?
Para la Real Academia de la Lengua revolución, entre otras definiciones, es un “cambio violento en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación”; acción o efecto de revolverse, es decir, cimbrar lo que existe, lo que hay en la búsqueda de una mejora sustancial dentro del ámbito que sea.
No es levantarse y delinquir, pintarrajear muros y destrozar comercios o inmuebles y muebles, no es atisbando con piedras a los cuerpos de seguridad o a los demás. No. Eso no es una revolución.
La revolución nace en los hogares de cada inconforme que desea cambiar su estilo de vida por uno mejor; surge en las aulas donde se prepara a los mexicanos del mañana para que puedan pensar mejor, actuar mejor y exigir mejores condiciones de vida. Esa es una revolución congruente.
Hay muchos ejemplos en el mundo a través de los tiempos: tenemos grandes revolucionaros que tomaron las armas y otros que, sin embargo, buscaron un cambio a través de acciones más mesuradas y enérgicas: Martin Luther King es un claro ejemplo de ello, o probablemente Mahatma Gandhi también pueda encajar en estos conceptos, y muchos más que quisieron mejorar su entorno.
México requiere un cambio de actitud de los mexicanos, desde la clase gobernante de más alto nivel hasta sus más recónditas bases sociales, es decir, los que menos tienen pero quieren mejorar.
No esos que buscan a través de una desestabilización social un cambio, porque eso no nos deja nada bueno. Solo violencia, y la violencia no es un camino adecuado hacia el cambio, o al menos eso pensamos en forma personal.
Un revolucionario de los tiempos modernos es una persona culta, una persona que lee y se prepara para el cambio. No hablamos de “culta” por entenderlo mal, de alguien que se pasa la vida leyendo. Esos también deben tener una participación social, porque estudiar y estudiar sin motivo aparente más que el adquirir conocimiento de nada vale si no se pone en práctica para el bien social.
Esa es probablemente la revolución que todos anhelamos.
Desfile de fuerzas armadas y escuelas es algo tradicional en este tiempo, y en ese sentido disfrutaremos de ver a nuestros hijos participar en tablas gimnásticas o bandas de guerra y muchos cuadros multicolores, incluyendo carros alegóricos. Es el momento de pensar por qué sucedieron estos movimientos históricos y hacer una remembranza para entender los por qués, para tratar de aplicar esos cambios en nuestra existencia.
Queremos políticos y servidores públicos comprometidos con sus sociedad y no con sus carteras o sus grupos partidistas. Queremos cambios de raíz que nos permitan vivir mejor en todos sentidos: que haya oportunidad de crecimiento y desarrollo en todos los ámbitos sociales.
Que la gente que no tiene pueda aspirar a tener algo más, pero ganándoselo a pulso con su esfuerzo y dedicación, con trabajo y entusiasmo.
Esa es la revolución que México necesita, y para ello, nuestra clase política debe entender para qué están en esos sitios. Que nos permitan crecer, cambiar y, de ser posible, mejorar en forma comunitaria. Todos lo merecemos, pero no todos luchamos por ello.
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