Las tradiciones han sido tema de conversación por años: mucha gente habla de ellas con conocimiento de sus raíces, cuando otros de plano no tienen idea de por qué se llevan a cabo, y siguen simplemente la inercia comercial que es más fuerte que nada:
Todos sabemos que el día de San Valentín o el de Muertos son producto de una estrategia de mercadotecnia para vender, y millones en el mundo caemos y vamos engrosando los bolsillos de comerciantes y empresarios que se dedican a hacernos ver que en ese día podemos demostrar determinado sentimiento.
Cierto, es interesante y algunas fechas de este tipo las celebramos, y no podríamos decir que somos enemigos de las tradiciones. Todo lo contrario, aunque no lo parezca.
Para nosotros es muy importante, por ejemplo, ver muchachos en eventos cívicos con su cuera tamaulipeca, guardando una de las más bellas tradiciones mexicanas y específicamente de nuestro estado, o ver a los huapangueritos de Don Tomás ejecutar nuestra hermosa música típica.
Y el día de muertos, siempre se presta a debate, porque se relaciona con la fiesta pagana y tradicionalmente norteamericana del “día de brujas” o Halloween, como se le conoce, y que es ampliamente difundido y disfrutado por el comercio organizado –y el no organizado también- por constituirse como un punto de recuperación financiera temporal.
Algunos critican en las redes sociales el hecho de que existen enemigos del Halloween, argumentando que “esos que lo critican a poco creen que la Navidad es originaria de Chiapas” y cosas por el estilo.
Todos los pueblos guardamos tradiciones y adoptamos otras tantas. Todos, sin excepción.
En ese caso, lo que no nos parece muy adecuado es el hecho de que los chiquillos sean acostumbrados a salir a pedir dulces en la calle. En alguna ocasión El Heraldo de México (1979) publicó que era algo así como ver a nuestros hijos en calidad de pordioseros. Cuestión de enfoques, pues.
El Halloween se ha posesionado en nuestro país con un arraigo muy importante, a grado tal que los nuestros muchas veces olvidan el dulce día de muertos por vestirse de calavera o calabaza, de bruja o fantasma, o de algún ser de ultratumba para ir a festejar.
Nada hay tan irreal como el criticar sin fundamento.
Pero el día de muertos, esa tradición que guardamos en México con sus imponentes altares dedicados a esos seres que, según algunas tradiciones, vuelven en espíritu y hay todo un proceso de celebración, con su camino de cal para guiarlos y las veladoras, sus cosas favoritas y más. Es realmente imponente ver un buen altar de muertos, y hoy en día han proliferado los eventos donde éstos salen a relucir.
Grato, sin lugar a dudas.
¿Qué debemos celebrar o recordar? Está en cada uno de nosotros el hacer grande una fiesta o ignorarla hasta donde pensemos que hay que hacerlo, pero el recordar a los nuestros debiera ser una tarea cotidiana y procurar imitar su ejemplo en aspectos positivos, y en lo que no ha sido precisamente muy bueno, tomar sus experiencias para tratar de ser mejores cada día.
México tiene mucho que recordar en estos días y no es precisamente la desaparición de alumnos normalistas, sino los muchos miles de muertos que han dejado una estela de terror en el país y han propiciado que mucho capital material y humano se fugue, buscando refugio en otros lares, procurando vivir en la tranquilidad que todos merecemos.
El día de muertos, en México, al menos hoy, no puede ser tanto una celebración, porque no alcanzarían los zempazuchiles para engalanar el camino de los que han caído en sus tierras, casas y lugares varios. Nada que celebrar, pues, sino recordar con el corazón.
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