Mucho se ha escrito sobre este derecho sagrado, constitucional y lógico: el de la información; inclusive, el gobierno federal ha creado un instituto de Acceso a la Información que, supuestamente, funciona para que todos tengamos la información necesaria y no nos falte lo básico.
En ese sentido, hay mucho que hacer, porque no es igual tener derecho a informarnos, como el hecho de que haya una obligatoriedad para que quien debe informar lo haga en estricto apego a la verdad.
Son cosas muy diferentes y a veces tienen significados tan opuestos que nada tiene que ver una cosa con otra.
Es como el hecho de solicitar ciertos datos conforme marcan las leyes mexicanas, y éstos llegan tarde y alterados. Muchos servidores públicos nos engañan dando información no apegada a la verdad, llena de demagógicos discursos, cifras que no se apegan a la realidad, ante la complicidad de varios medios de comunicación que caen en la misma patraña: distraer de la realidad a la gente.
Nos dicen una cosa y es otra la que realmente existe, y eso es tan normal que ya lo vemos como un caso natural el que nos escondan temas o datos: pan de todos los días, diría don Eduardo Moreno.
Y en ese tenor, los tamaulipecos, los victorenses, los mexicanos en general tenemos todo el derecho a saber qué sucede en México o nuestro estado y el municipio al que pertenecemos por vecindad; el caso es que la ley obliga a los que la tienen, a compartir esta serie de datos con los ciudadanos.
Y es que como integrantes de una comunidad cuya labor es informar, nos topamos con voces necias o gente muda que no tiene la capacidad de entender la importancia de la información, con la idea de que tarde o temprano todo se llega a saber, es decir, nada hay que ocultar en este mundo que no salga a flote, y cuando la gente se entera de cosas que le fueron ocultadas, el resultado no puede ser nada alentador, y eso es una situación que se genera siempre que se genera el fenómeno de la llamada “desinformación”.
El derecho a la información es una garantía que debemos pugnar porque no se coarte, porque no se disfrace con mentiras que salgan a relucir después con una serie de consecuencias poco gratificantes.
Y así, vemos que nos engañan con declaraciones triunfalistas, o que nos esconden cifras reales –los periodistas pedimos muchas cifras- o que nos toman por otro tipo de personas y no dan importancia a los medios como la tienen realmente en la sociedad de la información, donde la gente busca saber todo de todo y en el preciso momento.
Así de grave es el asunto, y hay que atajar estos conflictos, que mucho daño nos hacen.
Pareciera reiterativo el asunto, pero hemos de insistir en que se digan las cosas con toda su cruda realidad: que se deje a un lado el “dicen”, el “se dice”, o el “se comenta”, porque los rumores hacen un daño terrible a las masas, a la comunidad, ya que crean expectativas basadas en mentiras, en desinformación y diatribas que tienen un coste demasiado elevado.
Son tiempos en que debemos saber las cosas como son; de esta forma, hemos de exigir, no como periodistas, sino como ciudadanos en pleno uso de nuestras garantías y beneficios, que haya congruencia entre lo que se dice y lo que realmente sucede, que no se tenga miedo a decir qué sucede y la forma en que se lleva a cabo o se presenta.
Es una obligación de quien gobierna a cualquier nivel el decirnos las cosas, no maquillar los acontecimientos, el decir la verdad: así de simple y claro.
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