Sigue siendo el tema de la educación una asignatura que se debe atajar de la forma más eficaz, por el resultado que puede tener en el contexto nacional. El último indicador ubica a la Universidad Nacional Autónoma de México como la mejor del país, seguida del Instituto Politécnico Nacional y, en seguida, el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, el popular “Tec”.
Las tres primeras sabemos de su calidad, sobre todo el Tec, por la trascendencia que tiene en el resultado de sus egresados, quienes cuentan con algo singular que les hace elegibles siempre que hay una oportunidad laboral. Negarlo sería una ironía.
Y como tamaulipecos orgullosos de lo nuestro, buscamos a nuestra muy querida Universidad Autónoma de Tamaulipas, la UAT de todos nosotros y de la que sentimos que ha cruzado umbrales insospechados, aunque, hay que reconocer, nos falta aún mucho trecho por avanzar para poder ufanarnos de ser los primeros. Es un sueño, una utopía, pero es alcanzable en la medida que todos los que conformamos la comunidad estudiantil lo permitamos y queramos lograrlo. Nada hay imposible, decía Guillermo Magaña, excepto la muerte, y ésta, para él, no existía. Nos ubica como meta posible: lejana, pero no inalcanzable y eso hay que entenderlo.
La UAT se ubica según las mediciones de 2014, en el lugar número cincuenta, lo que nos permite aparecer en las listas, y si bien es cierto que estamos en sitio aún lejano, hay que ver hacia adelante y recordar que hace años no figuraba en ninguna parte nuestra alma mater tamaulipeca; hoy estamos caminando, probablemente no al ritmo que quisiéramos, pero vamos haciéndolo y el hecho de no parar el ritmo ya es un importante logro.
Pero, ¿de quién es este logro tan importante?
Podemos atribuirlo a la labor que hizo Humberto Filizola Haces durante sus tres períodos: de Jesús Lavín Santos Del Prado, quien revolucionó las relaciones internacionales de la UAT en su corta estadía al frente de la rectoría, o de José María Leal Gutiérrez, quien apoyó en forma muy importante la investigación, el intercambio internacional y todas esas cosas que a muchos de nosotros nos permitió ser conocidos en el “mundillo” de la ciencia a nivel global.
Con Chema surge una importante renovación de la UAT que permite llevar el orden en muchos rubros, siendo el económico uno de ellos, y gestado por el entonces tesorero Enrique Etienne Pérez Del Río, y que logró ese orden tan esperado y necesario. Hoy, Etienne está al frente de la UAT y conocedor de los antecedentes de otros rectores, con una gran experiencia, conforma un equipo de trabajo que recupera valores científicos y los pone a trabajar. Toda esta experiencia de cuatro rectores es la sumatoria de lo que hoy somos: la número cincuenta.
Cierto: no estamos conformes; nos gustaría ser la número uno a todos los que tenemos participación en la vida universitaria: docentes, investigadores, administrativos y alumnos, pero para eso hay que desterrar viejas costumbres –o vicios- y renovarse en todos sentidos; contar con los apoyos necesarios pero saber aprovecharlos, porque de otra forma, de nada servirá el dinero que se inyecte a la UAT si no se trabaja adecuadamente.
Es un importante logro, pero falta aún mucho por hacer, y ahí los nuevos directores, con nuevas estrategas y políticas deberán hacer gala de su inteligencia y recursos para sacar a flote tan importante trabajo que se gesta en los cubículos de investigación, en las aulas y ya: no en una oficina o un discurso, sino en la práctica, donde el terreno es igual para todos y donde cada quien debe aportar lo que tiene a la mano para ser lo que queremos ser.
Esa es la realidad de la UAT, que hoy se ubica en el número cincuenta del ranking nacional, y que todos deseamos mejorar en sus distintos aspectos.
Insistimos que el apoyo de la rectoría ha sido fundamental, pero el trabajo de los universitarios debe mostrarse, porque de otra forma, de nada servirá.
Queremos que esté en este ranking por méritos propios, por merecimientos, porque lo hemos logrado a base de trabajo. Nada más.
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