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Sección: Editoriales / Rutinas y quimeras

La ciudad que derrocha belleza

Por: Clara García 20/09/2014 | Actualizada a las 11:32h
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Llegamos al atardecer a Turín o Torino como más se le conoce, las expectativas eran pocas para la ciudad que nos recibía con amenaza de lluvia, solo dormiríamos esa noche para continuar el viaje al día siguiente a Ginebra.

Grandes avenidas con espléndidos jardines nos recibieron, dimos vuelta por la rotonda donde está inmortalizado Víctor Emmanuel II para llegar al hotel, la guía del grupo que nos acompañaba desde Roma dijo al ver nuestra caras somnolientas después de varias hora de viaje; “no se pierdan la oportunidad de caminar por la calles de Torino, les va a encantar la ciudad, salgan del hotel y recorrerán 10 cuadras donde no verán nada y cuando tengan la sensación de que aquí no hay nada interesante, empezaran entonces a ver la vida nocturna de la ciudad”.

Así lo hicimos, seguimos sus instrucciones caminando por una ancha avenida donde todos los locales había cerrado ya, era las ocho de la noche y se veía poca gente y pocos carros; con mapa en mano seguíamos caminando por cerca de 10 minutos, cuando pensábamos rendirnos nos encontramos a una pareja, compañeros del grupo en que viajábamos, venían de regreso hacia el hotel y nos dijeron desilusionados que, efectivamente, no había nada interesante, ni gente, ni ambiente, ni restaurantes, ni nada.

Entonces concluimos que estábamos muy cerca y seguimos caminando, poco a poco empezamos a ver gente, más gente y más gente, como arte de magia estábamos sin saber cómo en el corazón de la ciudad, todas las calles tenían portales, así que, cuando la lluvia arreció nosotros pudimos seguir caminando sin mojarnos, solo al cruzar la calle disfrutábamos poco la lluvia; se calcula que Torino cuenta con 18 kilómetros de portales, muchos revestidos de mármol.

Así empezó un agasajo arquitectónico que, frente a nuestros ojos, parecía de ensueño, la belleza de la ciudad era soberbia, el derroche en los edificios, casas, jardines, fuentes y monumentos; en una de las plazas estaba instalado un escenario, tocaba un grupo de rock y a la gente no le importaba estar bajo la lluvia escuchando el concierto, grandes pendones anunciaban la celebración del Festival Mozart.

Seguimos recorriendo una plaza tras otra a través de los portales donde las grandes marcas exhibían sus productos Gucci, Zara, Lacost, Mont Blanc y así sucesivamente. La elegancia en su total expresión. Escapamos de ahí yendo por otras calles menos transitadas pero igual de hermosas, ahí vimos a la llorona, una mujer que, tirada en la acera, lloraba y gritaba, era, seguramente la loca del pueblo.

Llegamos a un restaurante, la mesera nos invitó a pasar pero decidimos quedarnos en las mesas que estaban afuera para seguir sintiendo el bello palpitar de la ciudad. Nos comimos la pizza de más fresco sabor que he probado en mi vida, celebramos estar en Torino, una de las ciudades más bellas que he conocido y la única tal vez en el mundo donde me hubiera gustado quedarme a vivir. Ambrocio, mi compañero de viaje me recordó que yo amaba París, fue cuando descubrí que aquel era un amor alimentado por novelas y películas, éste era un amor a la belleza, al derroche, a la elegancia, al buen vivir.

E-mail:claragsaenz@gmail.com

Clara García Sáenz
Historiadora y Promotora Cultural; catedrática de la Universidad Autónoma de Tamaulipas.
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