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Sección: Editoriales / Confidencial

¡Bajan, bajan!

Por: Rogelio Rodríguez 02/09/2014 | Actualizada a las 18:26h
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Lunes a las 13:10 horas del día. Es la hora “pico”.  Los rayos solares son infernales. El termómetro marca 43 grados. No hay tema para la columna y decido provocar uno. “Súbete a un “micro” y vive en carne propia el viacrucis diario de los usuarios del transporte público”, me digo a mí mismo. Me hago caso.

Levanto la diestra en señal de parada a un microbús de los “verdes”, en el 12 “Praxedis Balboa”, y el chofer me ignora. Ni siquiera voltea a verme. Una ancianita trata de consolarme: “así son señor, se detienen cuando quieren. Seguramente ya iba retrasado en su tiempo y por eso no lo levantó”.

En el segundo intento hubo más suerte. El chofer, un hombre de edad madura, mal encarado, con la camisa sin abotonar, que enseña su prominente estómago, y que además expide los olores característicos de una resaca etílica, me estira la mano para tomar la moneda de 10 pesos con la que le pago. No me da cambio.

Apenas camino dos pasos por el pasillo de la unidad y el gordo “crudo” acelera con brusquedad, por lo que casi caigo encima de una mujer de edad avanzada sentada en la primera fila. Siento las miradas clavadas en mí. No sé si me compadecen o les causó gracia mi perdida de equilibrio.

El microbús lleva al menos 20 pasajeros de pie. Fácil somos 40 viajeros. Va rebasado en su capacidad pero a nadie parece importarle a pesar del peligro que ello implica. No es difícil prever las consecuencias fatales en un eventual choque.

Al chofer no le interesa en lo absoluto que su camión vaya lleno. Sigue subiendo pasajeros. Una patrulla de Tránsito Local pasa junto a nosotros y el oficial nos ve, pero como si no nos hubiera visto porque no le importa que el microbús vaya al “tope”.

Cuadras más adelante, en el eje vial y calzada “Luis Caballero”, el semáforo está en rojo y el tráfico es intenso. Al microbusero no le importa. Busca un huequito entre dos vehículos y atraviesa veloz el eje vial. Esta vez varios oficiales de la Policía Estatal atestiguan la estupidez  pero, igual que a los Tránsitos, tampoco les interesa. Espero en vano que la torreta de la patrulla se encienda para alcanzar al microbús, pero nunca sucede.

Le reclamo al chofer su irresponsabilidad. Solo voltea y me ve con gesto de, “si no te gusta bájate”.

Decido hacerle caso: “¡Bajan, bajan!”.

Veo el microbús alejarse a toda velocidad y no puedo evitar pensar, con preocupación, que ese es el día a día de miles de victorenses.

La pregunta viene obligada a mi mente: ¿Será tan difícil meter orden en el transporte? El pretexto de la autoridad ha sido de que se requiere mucha inversión para modernizar el servicio, pero eso no es cierto.

De poco o nada va a servir tener microbuses de lujo si los choferes siguen incurriendo en sus mismas prácticas de mal trato y de poner en riesgo la vida de los usuarios.

Lo que se requiere, y con urgencia, es vigilar el cumplimiento de la ley. Ese es el principal padecimiento del transporte público: la impunidad con que se conducen quienes tienen concesionado el servicio.

ASI ANDAN LAS COSAS.

roger_rogelio@hotmail.com

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