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Sección: Editoriales / En la Remington

El cuerpo ardiente de la llama

Por: Ricardo Hernández 23/08/2014 | Actualizada a las 11:29h
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VIII

_ ¿A qué hora llegaste, Nicanor? Comenzaba a preocuparme por ti. Entra, siéntate por favor. Me pregunté: ¿subirá nuevamente a la montaña?, ¿esta vez me quedaré sola por el tiempo que tengo destinado a vivir, aquí, en el bosque? Hay tantas cosas que quisiera contarte, dime ¿cómo te fue en la ciudad?, te ves un poco mejor, tu semblante es distinto; has rejuvenecido por muchos años. Tu camisa a cuadros rojos, se te ve preciosa. Este es un día especial para mí, ¿sabes?

_ ¿Puedo saber por qué, Zaida Sofía?, gracias por lo de la camisa, te diré también que ese vestido blanco con flores azules, te luce de maravilla; estaba acostumbrado a verte con pantalón y camisas vaqueras; ¡pero que veo!, esos bucles  negros, oh…qué hermosa te ves.

_ No sé…, ayer por la noche estuve pensando en ti, mientras me bañaba a la intemperie bajo la égida de la luna, ésta era redonda, resplandeciente. El calor era abrasante; nunca lo había sentido así. No  dejé de ver hacia tu casa, Nicanor, tan distante de la mía. El susurro del viento, sólo traía consigo el débil eco de tus palabras, ya petrificadas en el recuerdo. Cantaba desnuda, una canción de amor; nada importaba tanto como sentirme acompañada de la naturaleza, del misterio de la noche, del crepitar del fuego que, muy cerca de mí, las llamas ondularon sus cuerpos ardientes, femeninos. Mi cuerpo desnudo parecía reflejarse cobrando forma en esas llamas.

_ Me sorprende que hables de esa manera, Zaida Sofía, ¿probaste alguna extraña infusión?, No te conocía esa parte de tu vida. Sin embargo,  tomar una bebida es normal en cualquier parte del mundo, no porque nos encontremos en el bosque somos unos seres diferentes; el ascetismo es otro asunto.

_ Cuando probamos una infusión de la vida queremos embriagarnos cuanto nos apetece: ¿acaso no existen adictos a las mujeres?, ¿al juego?, ¿al placer?, ¿a la comida?, ¿al dinero?, yo probé el brebaje de la soledad, de la felicidad, incluso, el néctar de la luna, me sentí envuelta en un éxtasis bajo el manto de ese cielo estrellado, bailé a la oscuridad, en la penumbra; mi cuerpo dejó de pertenecerme, y, en cambio, lo entregué al momento,  a la noche misma. ¿A eso lo llamas “extraña infusión”, Nicanor?

_No me hagas caso, continúa contando qué mas hiciste esa noche, en ese baño de luna. Estoy imaginando…

_ ¿Mi cuerpo desnudo?

_ 0h, por Dios, Zaida Sofía, te convertiste en una Diosa por una noche. Tu cuerpo entregado, regalado al fuego; tu cuerpo erguido, danzando como una llama, húmedo, excitado, poseído. Eso, eso es algo que nunca me lo hubiera imaginado de ti, es, a la vez, increíble, divino, original.

Me hubiera dado gusto verte en ese momento nocturno para deleitarme de la belleza de tu cuerpo, de la perfección de esas líneas simétricas, poder tocarlo, sentirlo; hubieras provocado que mi cuerpo vibrara, se estremeciera, despertara al igual que el tuyo. Deseaste que tu cuerpo fuera acariciado, pensaste en sentirte una mujer viva, y lo conseguiste, Zaida Sofía.

Dime, ¿alguna infusión?, quiero probar lo mismo que tú, tal vez a mi me de por correr por entre los pinos, desnudo; o, desnudo, me ponga a leer al poeta Jaime Sabines abrasado por el fuego de la hoguera.

_ Si buscas la originalidad en las cosas, creo que vas por el camino incorrecto, Nicanor. Por un momento tu pensamiento te traicionó. Echaste a volar muy lejos tu imaginación, ya tus sentimientos los desbocaste.

_ Oh, sí, detenlos…

Tú que puedes hacerlo, yo mismo me siento poseído por tus palabras. Eso te lo dije desde un principio, ¿recuerdas?, tus palabras inflaman mi espíritu, luego son un bálsamo a mi locura.

_ ¡Es cierto!, hablaste de una tipo de locura, de un estado comatoso para ser más precisa. No lo comprendí en ese instante. “La locura es un estado comatoso en cierto sentido. ¿Qué hay de una realidad ante la pérdida de la sensibilidad?”, esas fueron tus palabras y un tema que cerraste de inmediato sin que pudiéramos entrar en una discusión. Lo que tú trataste de explicarme es que cuando uno vive su vida sin darle sentido, es un estado de locura, de algún modo, aunque por fuera nos veamos unas personas sanas e inteligentes y dejamos ese estado de “demencia” cuando vemos la realidad desde otro ángulo.

_ Es muy fácil, Zaida Sofía. Un hombre sin sensibilidad es un ser sin sentido. ¿Comprendes?, pero dejemos esa teoría, y enfoquémonos en ti y en mí…

_ No, Nicanor, deseaba comprender esa teoría, dime ¿fue Freud?, ¿Carl Jung?, esos hombres son los que hurgaron mucho en la mente del hombre, descubrieron los parásitos que carcomen el cerebro. Dime, Nicanor, ¿quién fue el inventor de esa teoría? Pronto bajaré a la ciudad y quizá compre ese libro, debe ser interesante.

_ Hablemos de ti, de tu sensibilidad, de esa noche cuando fuiste otra mujer, quiero saber más de esa otra mujer, es divertida, me encanta; eso es lo que yo busco, una mujer que se desprenda de sus ropas, del miedo, del egoísmo, de sus propios fantasmas, ¡de todo!, ¡¿me oyes?! ¡De todo!

_ Nicanor voy a encender una veladora más para alumbrar la casa.

_ Permíteme que yo lo haga, no te molestes, por favor. Con tres de ellas creo que está bien.

_ Nicanor ven conmigo hacia la ventana, miremos el cielo estrellado. Todo lo que he vivido aquí contigo, nunca lo voy a olvidar, ha sido una agradable historia; momentos que ni yo hubiera imaginado que sucederían.

_ Lo mismo digo yo. Cómo dos espíritus pueden encontrarse en un mundo semejante, a la vez, diferente. Presiento que te estas despidiendo, tus ojos se han humedecido y tu voz se ha quebrado. No hables. El silencio es una forma de escuchar lo que uno desea manifestar.

_ Los dos nos presentimos, Nicanor. Sé que el día de mañana te irás a la ciudad y ya no vas a volver. Yo…, yo…, también me iré detrás de ti, enseguida que tú partas.

_ ¿Cómo sabes todo eso?

_ En el bosque el viento como los árboles, hablan. ¿A qué hora saldrás?

_ Antes de que amanezca. Sólo regresé para despedirme de ti.

_ ¿Te gusta cómo me veo?

_ Te ves muy hermosa, encantadora. Me tengo que ir, Zaida Sofía, fue un placer haberte conocido. Nuestras conversaciones se prolongan tanto que me siento mal  al no reparar en la hora que debo irme de tu casa.

_ Nicanor…

_ Dime…

_ Quítame el vestido, desnúdame, quiero entregarme a ti ésta noche.

_ Zaida Sofía, no lo hagas por mí, a lo mejor fui un estúpido al decirte que me hubiera dado gusto verte desnuda, pero…

_ No hables, no digamos palabras, echemos aprobar la teoría de la realidad ante la pérdida de la sensibilidad, seamos, ahora, seres sensibles, dejando atrás la locura. Ven, quiero sentir como tus manos húmedas acarician cada parte de mi cuerpo; levántame el vestido: así, Nicanor, así…, así...

Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista

Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.

Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.
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