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Sección: Editoriales / Rutinas y quimeras

El eterno horror de Pompeya

Por: Clara García 23/08/2014 | Actualizada a las 09:57h
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Salimos de madrugada a Nápoles, antes de subir al autobús nos entregaron una bolsita con “lunch” que tenía una manzana, un paquete de galletas, un jugo de durazno y dos cajitas pequeñas, una de mermelada la otra de mantequilla. Dormimos a profundidad dos horas hasta que nos despertó el paisaje del Vesubio, adornado con nubes en su cúspide y la música de Funiculí funiculá, composición hecha al funicular que se terminó de construir en 1880 para subir cómodamente al monte Vesubio; esa canción se volvió tan popular en todo el mundo que hasta nuestros días se escucha en comerciales televisivos. El funicular ya no existe, fue destruido por una erupción del volcán en 1914 pero la melodía quedó para la memoria al igual que las ruinas de Pompeya, ciudad  petrificada en su vida cotidiana al ser sorprendida en el año 79 por otra erupción que sepultó a la ciudad.

Aunque los trabajos de rescate arqueológico empezaron desde el siglo XVII de manera profesional, hasta la fecha falta mucho por escavar, sin embargo, se pueden recorrer avenidas completas, visitar el pequeño teatro, las termas, el mercado, donde la tienda de pan aún conserva los hornos, pero el lugar más visitado sin duda, como en la antigüedad, es el prostíbulo, donde se pueden observar las camas de piedra y cada cuarto anuncia en la parte alta de su puerta cual es específicamente el servicio que la dama prestabacon un dibujo aún colorido.

Recorrer las calles de Pompeya, admirar sus monumentos y observar a sus habitantes que murieron en las más diversas posiciones y expresiones corporales, representa hacer un viaje en el tiempo y revivir en el imaginario la vida de esa ciudad durante el imperio romano pero a la vez, conocer el horror del instante en que la muerte sorprendió a una ciudad próspera, corrompida y hedonista.

Sentados en una sombra al final del recorrido, el cielo luce claro, el aire limpio y el Vesubio al fondo en silencio aparenta dormir; frente a nosotros una extensa galería de objetos hallados durante las excavaciones así como cuerpos petrificados con la expresión de horror en sus rostros. Todos los que hemos hechos el recorrido permanecemos callados, perplejos ante una forma de vida que ya no es pero que está ahí, eternizando su dolor frente a la mirada curiosa de los turistas que pasan escandalizándose de cómo vivían y recreándose en la expresión de su muerte.

Salimos de Pompeya recordando las ruinas esplendidas de Chichen Itzá, no sé por qué empezamos a hablar del esplendor del patrimonio arqueológico mexicano y pensé que con todo lo maravilloso que pueda representar Pompeya había algo que no termina de gustarme.

Subimos al autobús y llegamos a Nápoles, paisajes de pobreza nos reciben, casi en el muelle nos sorprende el espléndido Castel Nuovo, castillo construido en el siglo III propio de un cuento con dragones y lagartos. Tomamos un barco que nos llevó a la isla de Capri famosa en una época donde artistas y millonarios hacían de ella su destino turístico, aún se aprecian muchos yates lujosos cerca de la isla, comemos, visitamos el jardín del César y ya por la tarde volvemos a Nápoles, la mala sensación de Pompeya parece perseguirme, vuelven a mí los rostros de sus los habitantes.

Creo que siguen habitando en ella y la reclaman para sí, sin que nosotros, los turistas curiosos podamos salvarlos de su horror.

E-mail:claragsaenz@gmail.com

Clara García Sáenz
Historiadora y Promotora Cultural; catedrática de la Universidad Autónoma de Tamaulipas.
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