Hoy es Jueves 25 de Abril del 2024


Sección: Editoriales / En la Remington

Casi amanece

Por: Ricardo Hernández 24/07/2014 | Actualizada a las 11:39h
La Nota se ha leído 1600 Veces

VI

_ Ya se te bajó la fiebre, Nicanor. ¡Qué susto me diste! No te imaginas la angustia que me hiciste pasar. De no haber venido a buscarte ¿qué hubiera sucedido contigo? Algo decía yo que te había pasado. Por la tarde nos despedimos entre risas y cantos. En casa te esperé hasta las ocho de la noche y me extrañó  que no llegaras a tiempo; quedamos de vernos a las seis; como de costumbre tenía preparado el té de hierbanis.

¡Oh, Nicanor, de haber sabido que te encontrabas enfermo de fiebre…! Hubiera hecho todo lo posible para estar al pendiente de ti desde un principio, por fortuna tuviste una pastilla, y con los fomentos de agua que te coloqué en la frente, creo que aminoramos la enfermedad.

¿Te sientes bien, Nicanor? Si no puedes hablar no lo intentes, lo mejor es que recobres las fuerzas. Después ya me dirás que  fue lo que te causó ese malestar.

_ Ya me encuentro mejor, Zaida Sofía, el aguijón del algún insecto se quedó incrustado en el pulgar de mi mano izquierda, tuve una fuerte comezón durante la tarde, eso pudo haber sido la causa.

_ ¿Aún tienes el aguijón en la yema del dedo?

_ A simple vista no lo veía, luego cuando comencé a sentir calentura, intenté localizarlo por medio de la lupa, enseguida con una aguja removí algo que parecía el aguijón, pero me pinché el dedo y me salió sangre; lo cierto es que ya no siento el escozor.

_ Quiero hacerte una pregunta, espero no te molestes por ello.

_ Después de haberme recuperado, y de permanecer tú a mi lado, estoy para responderte, Zaida Sofía. ¿Tus ojos inquietos desean saber si tengo las fuerzas necesarias para explicarte? Te diré que me siento mucho mejor. Por cierto: ¿qué hora es?

_ Casi amanece, Nicanor, van a ser las cinco de la mañana. ¿Hum? Faltan quince minutos. Llegué a tu casa pasadas de las ocho de la noche, no creo que lo recuerdes, tú ya estabas afiebrado…

_ ¿Qué es lo que deseas saber, Zaida Sofía?

_ Llego a imaginar qué no fue el aguijón de ningún insecto lo que te hizo sentir mal, más bien creo que he sido yo la culpable de todo.

_ No te entiendo, por favor explícate. Tú no puedes ser culpable de nada. No pudiste causarme la fiebre, eso, en todo caso, es mentira; no puedes decir eso.

_ Nicanor, tal vez sea mejor dejar el tema para cuando te sientas mejor. He sido indiscreta. ¡Yo y mis interminables preguntas! No te encuentras en condiciones. Te pido me disculpes. Voy a humedecer el paño, permíteme quitártelo de la frente.

_ Zaida Sofía, no te enojes, te lo suplico, no estoy molesto por lo que deseas saber de mí.

_ Suéltame la mano, Nicanor, voy a humedecer el paño.

_ Antes debes hacerme la pregunta, vamos, hazlo, no permitas que sea grosero contigo. Pregúntame lo que deseas saber.

_ Esta bien, de cualquier forma antes voy a humedecer el trapo, y te explico.

_ Esta bien.

_ ¿Por dónde empezar…?

Acomoda bien la almohada para que no te lastimes el cuello. Bueno, estuviste gritando: “¡No, no mates a mi perro!, ¡por favor!, ¡no, por favor, no mates a mi perro!”  ¿Te dice algo esto, Nicanor? No hay necesidad de responder por ahora si no lo deseas, tal vez te amainará energías si lo haces.

_ No, está bien. Debí traer a mi mente un viejo recuerdo. Una triste historia que presencié hace tiempo… Cuando yo era un niño, tenía alrededor de seis años, ya el sol se había ocultado en el horizonte; recuerdo que llegué corriendo donde se encontraban unos hombres bajo el techo de una cabaña; enfrente una pared alta resaltaba a la vista por su color blanco; eso era todo mi campo de visión, no recuerdo qué más había alrededor, aunque lo intente traer a mi mente no podría. Eran como seis hombres, no se me olvida, se emborrachaban jugando cartas. 

Llegué corriendo hasta allí porque intentaba encontrar a mi amigo, Lucas, recuerdo que jugábamos a las escondidillas; en eso me di cuenta que mi perrito me había seguido, era negro, parecía de peluche. Repique, que así se llamaba mi perro, cuyo nombre mi madre lo había escuchado por boca de unos jovenzuelos, mientras en el microbús, poseídos  discutían un libro de Dostoievski. Repique meando la cola y con la lengua de fuera, se fue hasta donde se encontraba mi padre, acto seguido, comenzó a lamerle las botas.

Mi padre se puso de pie, era un hombre alto y robusto; hecho una furia y sin decir “agua va”, sujetó al perrito con su grandísima y fea mano. El coraje de que Repique lo haya distraído por un instante, lo orilló para que tras una especie de salvajismo, pudiera estrellarlo contra la pared; Repique se escurrió por la pared como una masa tibia; contra esa pared alta y patética, miserable, infortunada; de no haber estado ahí me pregunto contra qué hubiera estrellado mi padre al perro ¿contra mí?, quizá hubiera tenido mejor suerte y haber sobrevivido.

Frente a mi padre, estaba yo de pie, inmóvil, con los labios resecos, agrietados; como si un frío glacial, de esos cuya temperatura es capaz de convertir en cristal a un ser humano y que con tan sólo  tocarse pudiera quebrarse para siempre. Mis ojos estaban anegados en lágrimas; lágrimas que brotaban incesantes quemando mi rostro.

No podía creer a mi edad que ese hombre fuera mi padre, que yo vivía condicionalmente bajo el mismo techo, y que con sus deformes y decrépitas manos hubiera matado a mi pobre Repique; por cierto, aquella masa tibia, negra e inanimada, con la lengua de fuera, dejó una gran mancha roja en el suelo. Fueron los segundos más terroríficos que he vivido en toda mi vida. Mis ojos no podía cerrarlos por la cruel impresión…

…Una fuerza inefable salió de mi interior, y  saliéndome del estupor corrí hacia donde se encontraba Repique; agonizante, gemí: “¡Repique, Repique, responde mi perrito chulo, respóndeme mi perrito lindo!” Mi pobre Repique… nunca más…

_ ¡Detente, Nicanor, por amor de Dios!, por favor, ya no más… Te he hecho sollozar y hacerte recordar algo amargo; esa no fue mi intención, por favor, ya no sigas.

_ Solamente permíteme que te diga algo más, de cualquier forma esto me hace sentir aún más desahogado.

_ Como tú lo desees, Nicanor, siempre y cuando no te lastimes.

_ Has relacionado la pérdida de tu perro con lo que yo te acabo de confesar, ¿verdad? Y te diré que es la verdad. Ese triste recuerdo brotó como una protesta por la muerte de tu perrito Krosti. No te sientas mal por ello, son cosas que pasan. Te agradezco que hayas podido estar al pendiente de mí, nunca lo voy a olvidar, Zaida Sofía; eres lo que yo he imaginado que eres: un ángel bajado del cielo.

_ Solamente soy una mujer, Nicanor: fuerte y a la vez sensible. Esta vez me tocó cuidarte, tú ya lo has hecho conmigo y no te negaste. Todo por el contrario estuviste en la mejor disponibilidad para poder hacerlo. Aquella noche que dormimos bajo el mismo techo, me sentí segura, protegida, egoísta por no haber compartido la cama. Creo que dormí como una niña, profundamente. Ni siquiera me di cuenta cuando te levantaste y  en el momento en que abriste la puerta para retirarte a tu casa. En fin, olvidémoslo. Nada de recuerdos ingratos por ahora. Descansa, me tengo que ir, traigo un poco con sueño. Cuídate, nos vemos por la tarde.

_ Abre la ventana, necesito que se airee la casa, por favor.

Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista

Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.

Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.
adadasdas
HoyTamaulipas.net Derechos Reservados 2016
Tel: (834) 688-5326 y (834) 454-5577
Desde Estados Unidos marque: 01152 (834) 688-5326 y 01152 (834) 454-5577