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Sección: Editoriales / Chismorreo de Laredo

Aquel Viernes Santo de 1977

Por: Alma Niger 17/04/2014 | Actualizada a las 22:08h
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Fue un Viernes Santo de 1977. Tenía yo apenas cuatro años de edad. Hace ya 37 años. Pero lo recuerdo muy bien. De hecho no he dejado de recordarlo nunca. Siempre me acuerdo de ello.

Y eso fue que en ese Viernes Santo de 1977 mi madre me llevó a la iglesia del Santo Niño, esa que se sigue ubicando en el crucero de Ocampo y Victoria, en pleno sector de la ciudad. Esa iglesia que es un icono de Nuevo Laredo, la primera creada en la ciudad, y que desde 1888 se yergue majestuosa, enarbolando su historia, más bien sus cientos de historias, como la que hoy me atrevo a contarles.

Y no es que yo tenga memoria prodigiosa, no, al contrario, soy muy dado a no recordar datos. Pero creo que todos en la vida recordamos los hechos que nos marcan a lo largo de nuestra existencia. Y ese Viernes Santo de 1977, a mis escasos cuatro años de edad, me marcó a mí para siempre. Como ya lo indique, mi madre Doña Teresa me llevó a la iglesia del Santo Niño, lógicamente para rezar en la fecha conmemorativa a la crucifixión de Nuestro Señor Jesucristo. Pero mi madre, ruda como era, que en nada tiene que ver la madre que hoy en día me sigo preciando de tener, y que los años le han ido menguando la fuerza, aun cuando ella se niegue a reconocerlo, me plantó enfrente de dos figuras de Jesús, situadas en dicha parroquia, y las que de hecho siguen estando ahí, causando en mi ser un inmenso temor, temor que confieso, sigo teniendo cada que las veo.

Esas figuras están en el ala izquierda de la entrada de la iglesia. En dos de varias vitrinas donde se muestran diversas imágenes. Son ampliamente reconocibles por muchos neolaredenses, son iconos también de la religión neolaredense. Se trata de un cristo castigado, ataviado con vestimenta de color purpura, cuyos ojos destilan gran pesar, con una corona de espinas sobre su cabeza, que le hace sangrar las sienes. Atado de manos, descalzo, tal y como la Biblia lo describe a la espera del veredicto de Poncio Pilato. Una imagen conmovedora para muchos, pero para niños, como yo cuando tenía cuatro años ¡de miedo!

Y al lado de dicha figura, sobre una vitrina rectangular, otro Cristo, acostado, personificando al Jesús después de bajado de la cruz en la que murió. Igual, con el rostro ensangrentado, tapado con una sabana, mostrando sus manos ensangrentadas. a causa los fierros que le fueron clavados. De miedo también para chiquillos como aquel Juanito de cuatro años. Como muchos chiquillos de ahora, que los he visto guarecerse tras las faldas de sus madres al entrar al lugar, asomando temerosos los ojillos, y escondiéndose al ver dicha figuras. Impresionantes sin duda, tanto así que todavía hoy en día, cuando entro a esa área, me dan escalofríos, y recuerdo las palabras de aquel entonces de mi madre, “mira, ahí está Diosito, pagando nuestros pecados, por eso no debemos pecar, por eso debemos portarnos bien”.

Evidentemente a lo largo de la vida no he hecho casos a aquellas palabras de mi madre. He pecado, como muchos. Y bastante, como los menos. Pero no sé porque siempre que entró a esa área de la iglesia del Santo Niño me acuerdo de mis pecados. De mis faltas. De mis errores. Tal vez sea ese momento en que llega el arrepentimiento. Desde joven no me confieso ante un sacerdote, pero cuando me paro ante dichas vitrinas siento ese alivio de haberme confesado. Esta semana estuve ahí, y ahí mismo me nació la idea de escribir estas letras. Y como siempre, me paré enfrente de las dos imágenes. Y como siempre toqué el vitral de cada una de ellas y acto seguido me persigné. Lo hago siempre que voy a ese lugar, que como cosa curiosa es el preferido de muchos para rezar. Es el más silencioso, el más quieto, un lugar que incita a la reflexión.

Tal vez sea por la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe que está al frente de esa capilla, o por el San Judas Tadeo, o la Virgen de San Juan de los Lagos. O las mismas imágenes del Cristo a la espera de su crucifixión y una vez crucificado. Tal vez sea porque la misma gente ya aprendió a estar callada haciendo el lugar de lo más silente. O tal vez sea porque el tiempo se detuvo ahí, respetando el rezo de cada persona. No lo sé en realidad, lo único que sé es que cuando entró me acuerdo de mis errores, y me acuerdo de mi niñez, de aquel chamaco aterrorizado viendo las imágenes, y la cara severa de mi madre exigiéndome que me porte bien. Y lo confieso, más de una vez me he arrodillado pidiendo perdón al Creador por las faltas cometidas. Pero confieso también que una vez saliendo del lugar, vuelvo a cometer errores, a pecar.

Este Viernes Santo iré nuevamente. Pienso llevar a mi madre, tal y como ella me llevó hace 37 años. Tengo la dicha de seguir teniendo a mi madre. Ahora yo soy quien la lleva a todas partes, como ella lo hacía conmigo cuando era niño. Justamente agradeceré a Dios seguir teniendo a mi madre a mi lado, y pedir que me la siga conservando por más años. El Viernes Santo es para mí el día más sagrado de todo el año. Es día de guarda. Día de reflexión. Porque aunque mucha gente piense que soy muy mendigo, que soy de lo peor, realmente siempre he respetado a Dios. Creo en Dios a mi manera, una manera no muy apegada a las religiones y sus tontas ideas, como esa de que no comer carne, pero en cambio sí se dan el lujo de comer prójimo.

Hoy es Viernes Santo. Y tradicionalmente en este espacio en este día he escrito cosas diferentes. Hoy presento este escrito, y pido disculpas a quien no le haya parecido. Pero en lo personal me siento bien de sacar de mi interior cosas que han estado guardadas, y que una vez que uno las saca, siente alivio. Y hasta capta uno el temor que tenía. Ahora sé que el dejo de temor que me siguen dando las figuras de Jesucristo de la iglesia del Santo Niño, es por no portarme bien. Sin embargo a la vez ahí se mantienen para que interiormente siga expiando mis culpas. Una extraña forma de confesión, lo sé, pero fue lo que inconscientemente me impuso mi madre aquel Viernes Santo de 1977.

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Juan Rodríguez Contreras (Alma Niger). Ha sido presidente de la Asociación de Periodistas de Nuevo Laredo. Es columnista del periódico Última Hora de Nuevo Laredo. Colabora para el portal de noticias Hoy Tamaulipas y para El Gráfico de Ciudad Victoria, además de otros medios. Es editor del portal www.revistalaneta.com.mx y además es comentarista político del noticiero nocturno de La Raza del 95.7 de FM en Nuevo Laredo. Es periodista desde hace 27 años y ha colaborado para los periódicos Laredo Ahora y El Diario de Nuevo Laredo.
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